Diario de León
Publicado por
MARÍA DOLORES ROJO LÓPEZ
León

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OTRO CURSO comienza con una sentencia estereotipada sobre los alumnos que deben elegir su trayectoria académica, acerca de su capacidad en vez de valorar sus intereses. No cabe duda que desde el profesorado, hasta los mismos padres o la sociedad en su conjunto han decidido convertir en realidad una falacia. Los estereotipos conllevan simplificación y generalización. Son injustos y muchas veces son feroces guardianes de lastres sociales, pero acaban impregnando la realidad de manera que resulta difícil diferenciar lo verdadero de lo conveniente. El encasillamiento es tal que podemos delimitar con facilidad los calificativos que reciben los alumnos de acuerdo con su elección. Aquellos que se decidan por las humanidades serán considerados como poco capaces, indecisos, vagos e incompetentes para abordar la tecnificación propia de una sociedad ascendente en ciencia y tecnología. Apartados de la realidad, incapaces para colocarse en la delantera de los avances punt eros, sus intereses son vistos por una mayoría, inservibles por la ausencia de practicidad de los mismos, carentes de peso específico en el aporte original con el que la juventud debe contribuir a su momento histórico y absolutamente obsoletos en la dinámica de desarrollo de una sociedad en ascendente progreso. Por no decir también que a los alumnos de género masculino les tilda de fracasados para el ejercicio de profesiones de peso específico en el futuro y un tanto afeminados en sus gustos e intereses, siempre cercanos a la especulación y el gusto estético propio de las materias de letras. Los mismos profesores caemos en este vicio absurdo de juzgarnos entre nosotros mismos por la materia que impartimos. Parece que las asignaturas de ciencias llevan impresas un halo de calidad y diferenciación al que nunca tendrán acceso las humanidades. Y también, entre nosotros mismos, parece que nuestras capacidades son juzgadas en la misma línea en la que se colocan las de nuestros alumnos. La diferenciación entre ciencias y letras, como medio especulativo para determinar capacidades, es un clásico injusto que arremete contra la validez y el respeto por lo que cada uno siente con respecto a las materias y contenidos que estudia o ejerce. ¿Son más difíciles las ciencias que las letras?. Los datos cuantitativos sobre el fracaso en el bachiller de uno u otro tipo arrojan un saldo negativo para las letras. Hay más suspensos en estas materias (la estadística nos dice que los alumnos de Ciencias de la Naturaleza y la Salud y Tecnología repiten en 2º de bachiller el 22,9% y el 28,9% respectivamente, mientras que los de Sociales y Humanidades el 29,6% y mucho menos aún los de Arte 49,5%). ¿Puede deberse estos datos a la garantía de exactitud que tienen las ciencias en cuanto a las respuestas puntuales, rígidas y precisas con las que se asegura el acierto pleno en los exámenes?¿no son más complejos en realidad, los matices de interpretación, comentarios personales y reelaboración propia que deben acompañar, en muchas ocasiones, las contestaciones en las materias de letras?. Junto al dato puro y frío sobre fechas, autores, acontecimientos y teorías siempre se premia, y por lo tanto se exige para rebasar el límite de lo suficiente, las aportaciones personales sobre lo que uno capta más allá de lo definido y estereotipado en materias como filosofía, arte, literatura e incluso historia. ¿Acaso podemos estar seguros, en un examen de letras, de haber puesto todo y haberlo hecho con absoluta corrección?¿Podemos decir lo mismo de las exactas ciencias?¿no son más fiables, autocorregibles y mesurables?. La presión familiar y social ejerce como una verdadera losa en la elección de estas ramas del saber. Las ciencias siempre se asocian con estudios arduos, áridos y difíciles que tras un enconado esfuerzo por superarlos llevarán al prestigio y al éxito económico. La mayoría de los padres prefieren que sus hijos sean ingenieros a periodistas. Los rangos de inferioridad se instalan en las carreras al igual que lo hacen con anterioridad en el mundo del adolescente de bachiller. Un futuro menos claro, la indecisión ante una rápida y bien retribuida colocación, el menor prestigio social y un sin fin de justificaciones llevan, hoy en día, a que los padres reorienten los gustos y vocaciones de sus hijos a favor de una vida más cómoda y prestigiosa para su futuro. Nuestros pequeños, que se han criado en el mundo de la abundancia, entienden desde muy temprano que efectivamente el médico, el ingeniero, el químico o el arquitecto tiene mayor prestigio social y mejor vida que su profesor, el periodista que trabaja de administrativo, el historiador que coloca libros en una biblioteca o el abogado que trabaja en prisiones después de muchos intentos por colocarse en lo suyo. Hay que ser muy valientes, hoy en día, para sobrepasar estos estereotipos y decidirnos por lo que verdaderamente nos gusta, por aquello que nos hace felices, por lo que consigue que las horas de estudio pasen sin dificultad y sobre todo por lo que nos acerca a la mayor honestidad con nuestra vocación, posiblemente y en muchos casos, desde la infancia. Y es que ni esto se respeta ya. No hace muchos años, una pregunta obligada a cualquier niño de pantalones largos era la que hacía referencia a lo que quería ser de mayor. Se respetaban los deseos del pequeño, incluso se veneraba lo que creíamos que de forma divina había sido impreso en él, su vocación. Se presumía de una predisposición innata en los muchachos para ejercer con facilidad lo que les había sido otorgado como un don. Los padres se sentían orgullosos de los gustos y preferencias de sus hijos por lo que significaba de estricto cumplimiento con un destino para el cual no se dudaba que los niños habían nacido. Sin embargo, en la actualidad se menosprecian las profesiones que parecen estar gobernadas más por el espíritu que por la razón, por entender que éste se liga a una sensiblería ñoña, nada práctica y menos rentable aún que llevará al pequeño a la mediocridad en un mundo de fieras que intentan escalar lo más alto. Y si el alumno se empeña en atender a sus gustos bohemios ya se encargará la sociedad de demostrarle que con ellos no se vive tan bien como lo hará su vecino científico. No obstante y a pesar de las intenciones materialistas arraigadas en los adolescentes de hoy, sigue siendo muy fuerte el sentimiento que algunos tienen por las humanidades y por encima de todo pronóstico se lanzan a su estudio para demostrar a la sociedad y a sí mismos, que siguen mereciendo la pena como único punto de apoyo y salvación de un mundo en el que muy pronto todo lo que no sea tecnología y cientificismo quedará silenciado para siempre.

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