Diario de León

TRIBUNA

Aprender a leer y escribir

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NO ES ADMISIBLE en los inicios del siglo XXI que un joven normalmente capacitado salga de la escuela sin saber leer ni escribir. Y eso sucede más a menudo de lo debido. ¿Por qué? ¿Qué hace el niño desde los 3, 4... años hasta los 11? ¿A qué se dedica? Parece evidente -de cajón- que el esfuerzo se oriente mayoritariamente hacia esas dos tareas básicas: leer y escribir. Una vez que se afiancen éstas ya se puede edificar con plena garantía. Pero lo cierto es que nos encontramos en la Secundaria con adolescentes que leen con dificultad, con adolescentes que apenas comprenden lo que leen, con adolescentes que se expresan bastante mal. Ya es una edad tardía, aunque posiblemente no irreversible. Se percibe un abandono y una dejadez que desaniman al más entusiasta. Y por parte del adolescente hay cada día un mayor rechazo al sistema educativo. ¿Qué estamos haciendo mal? Desde mi ingenuidad sostengo que la mayoría de los que empiezan la escuela deben superar con suficiente nota estas dos facetas: leer y escribir. Puede que se escape un diez por ciento por características ajenas -los imponderables- al profesorado, pero no entra en buena lógica este desastre que se nos presenta en la Enseñanza Secundaria. Aún ambiciono más: sostengo que si se ponen esos cimientos con firmeza los estudiantes han de superar la Secundaria Obligatoria y el Bachillerato con bastante eficacia. Éste es el punto de mira que nos debemos fijar: que el estudiante llegue a finalizar el Bachillerato con cierta suficiencia. Esto hablará de un país a la altura de su tradición y cultura. ¿Otros problemas? Claro que los hay: los que vienen de otros países y se integran en el Sistema Educativo sólo atendiendo a su edad. No parece muy acertada esa decisión. Debe haber un reciclaje previo. No podemos meter a los emigrantes en grupos normalizados si fallan en esas dos caras de la moneda: lectura y escritura. Perdamos algún tiempo en ver cómo les damos esas herramientas básicas y luego podemos insertarlos en el sistema con bastantes garantías. Todo esto nace del sentido común: hay gente responsable que debe tomar medidas que garanticen el prestigio de la enseñanza, pensando tanto en el docente como en el discente. Estamos a tiempo, pero no conviene dormirse en los laureles, porque los resultados nos hablan de un mal funcionamiento. El hecho de que los alumnos no hayan adquirido ciertos hábitos desde muy temprana edad puede ser una losa de excesivo peso. No extraña que no se lea -si no se sabe leer, ¿para qué se va a leer?-; no extraña que ignoren muchas cosas -apenas se ejercita la memoria-; no extraña el fracaso y el abandono -el aburrimiento puede con todo-; no extraña que salga gente analfabeta tecnológicamente muy cualificada... Pero no serán críticos, ni podrán argumentar sus opiniones, ni alcanzarán cotas de expresión... Esta reflexión nace de hechos palpables: hay muchos que acaban la escuela y pasan a centros de Secundaria sin dominar la lectura y la escritura. Y no debiera ser así. Esos chicos tendrían que permanecer en la Enseñanza Primaria hasta que tuvieran esas tareas bien hechas, superadas. Y si no, una vez cumplidos los 16 años, obtendrían un certificado de esos estudios primarios, sin más. Otro problema añadido sería la negativa al estudio: estudiantes que renuncian a cualquier tarea de la enseñanza. Esto es un difícil compromiso para el Sistema Educativo, pero cada día hay más en esta línea. Tampoco la Escuela debe «obligar» a quienes lo rechazan. Habrá que ver qué vías de escape se dan. No conviene forzar la «tortura». Puede que el aprendizaje de un oficio alivie este problema, siempre y cuando las otras vías -las del estudio- tuvieran más prestigio y repercusión. Es decir, desde arriba hay que valorar el esfuerzo del que estudia y de alguna manera tienen que corresponder esos estudios con el trabajo conseguido. Esto sería un buen estímulo. Y el que no quiera seguir esta línea tendría otras formas de ganarse la vida. No todos han de llegar a superar determinadas etapas. Queda, no obstante, muy claro que, al menos, saber leer -comprender- y escribir -redactar con cierta corrección- debería exigirse a todos, debería estar al alcance de cualquiera. Y por este fin merece la pena dar el do de pecho, poner toda la carne en el asador. La lección es clara: la enseñanza de la lectura y la escritura están en la base de cualquier aprendizaje posterior. Y es en la Escuela donde se debe atender a su plena adquisición. Lo mismo que otras cuestiones elementales que, aprendidas desde la infancia, no se olvidan jamás. Pienso, por ejemplo, en los verbos, en las preposiciones, etcétera. Son aprendizajes memorísticos que se graban y ya no desaparecen. Luego, con el tiempo, el estudiante lo asimilará y razonará, pero el primer paso ya está dado: su memorización.

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