Diario de León

El verdadero espíritu de la Navidad

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EL CAMBIO era esto. El presidente Zapatero defiende con la misma convicción aparente lo que hace apenas un año denigraba. En la lucha contra ETA se ha pasado de la negociación a las detenciones; en la economía, del superávit a la supercrisis; en el trabajo, de la promesa del pleno empleo al paro galopante; en la inmigración, de «papeles para todos» a cómo podemos echarles de casa; en la financiación autonómica, hasta Esperanza Aguirre está de acuerdo con Zapatero. Incluso la felicitación de Navidad que envía la vicepresidenta laica del Gobierno laico es un portal de Belén. Tal vez sea un adelanto de una nueva era de relaciones con la Iglesia Católica marcada por la tierna amistad entre Pepiño Blanco y el nuncio de Su Santidad. Todo es posible.

Este año hay más belenes en las calles, en las tiendas y, parece, en los hogares de los españoles. El belén le gana al árbol de Navidad, aunque ambos conviven. Y aunque Papá Noel multiplica su presencia, los Reyes siguen ganando por goleada y, además, son mejores. El IPC y el euríbor bajan, las rebajas se han adelantado por necesidad y hasta las angulas están a mitad de precio. Seguimos consumiendo como posesos y comprando lo que necesitamos y lo que no.

Esta crisis debería ser una oportunidad para que despierte el verdadero espíritu de la Navidad y hasta de la vida. Es tan fuerte la cultura secularizada que hasta los belenes pueden parecer un adorno carente de mensaje. Y no es así. Lo que está en el corazón de la Navidad es el nacimiento de un niño Dios que es, por encima de todo, amor y solidaridad con los hombres. En esta sociedad que despilfarra, incluso en la crisis, falta solidaridad. Con los que no tienen trabajo, tres millones camino de cuatro; con los que han venido de fuera buscando sobrevivir y ahora están más amenazados que nunca; con los diferentes; con los cientos de millones de personas de todo el mundo a los que la avaricia de algunos, paliada con subvenciones millonarias de los gobiernos, les va a condenar a la miseria total... No puede haber Navidad sin «natividad», sin los valores de la Navidad, sin la cultura de la Navidad. Lo quieran o no, lo que se celebra, lo que el mundo conmemora es el nacimiento de Jesús. Para los que no creen y para los que creemos, la Navidad debería ser, al menos, un momento de reflexión sobre lo que el hombre debe ser para el hombre. Y sobre lo que representa, en esta sociedad de la opulencia, el Dios hecho niño en un pesebre. Dios se encarnaría hoy en el vientre de una mujer inmigrante. Y también hoy sería rechazado.

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