Diario de León
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León

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CASADO, dos hijos; el mayor va por su cuenta y sobre el segundo, discapacitado, los jueces me han devuelto la patria potestad. Cuando tuvim

os que pasar el mal trago de

incapacitarlo, en el Juzgado de Familia de Madrid no había ningún sitio reservado donde aparcar el coche y hacer las maniobras pertinentes de sacar la silla de ruedas, bajar al chico y colocarlo. Dentro del juzgado (insisto: el dedicado entre otras cosas a incapacitaciones) tampoco había sistema alguno para sortear los obstáculos con la silla de ruedas pero sí un arco de esos que pita si llevas algo de metal. Los ascensores eran también normales, es decir inadecuados para una silla de ruedas. Sigo.

Para los tres que componemos la unidad familiar voy por la vida con la friolera de 12 (doce) tarjetas sanitarias: tres de la comunidad de Madrid, tres de la de Castilla La Mancha (en donde vivo la mayor parte del tiempo), tres de la Asociación de la Prensa y tres más de la empresa colaboradora de RTVE. Algunos complementos médicos que tiene que tomar mi hijo los puedo comprar en Madrid por la Seguridad Social, pero no están incluidos en Castilla La Mancha y al contrario. En Madrid a mi hijo se le considera a todos los efectos como jubilado pero no así en la comunidad vecina. Cada vez que le recetan algo en uno de los dos sitios, le dan de alta por las buenas en la Comunidad que sea y causa baja en la otra. Todo, claro, sin consultar conmigo. Sigo.

Estamos citados para el próximo mes con el fin de que «lo valore» una comisión de expertos. Si no recuerdo mal, mi hijo ha pasado ya por cuatro valoraciones distintas de las que, naturalmente, tengo certificados definitivos. Es igual: hay que volverlo a pasear al chico porque ninguna de las valoraciones hechas por la Administración, con participación de médicos de la SS, trabajadores sociales, médicos forenses, jueces, fiscales y psicólogos sirve para nada. Quieren verle otra vez, otra vez tres nuevos profesionales quieren opinar sobre mi hijo, otra vez le van a preguntar cómo se llama en medio de un silencio sin posible respuesta que duele, otra vez le van a pedir que levante un brazo en medio de una inactividad que duele, otra vez nos van a hacer repetir su historia de treinta años inútilmente porque todo está ya en los mil papeles que la propia Administración ha ido rellenando sobre mi hijo en este tiempo. Pero no importa nada; mi hijo es un objeto de deseo para aumentar el número de afiliados a la Seguridad Social, un objeto al que hay que llevar de aquí para allá una y otra vez para que los protocolos se cumplan al margen de los sentimientos, un objeto que milagrosamente -porque si no, no se explica- puede recuperar de pronto todas sus facultades deterioradas desde que nació. A nadie le importa nada ni mi hijo ni sus padres. Concluyo.

Ahora se están pegando por la financiación autonómica. Me da igual ya. Si ni siquiera se dan cuenta de todo lo que han hecho mal, ¿cómo vas a esperar que rectifiquen? Crearon el error, lo heredaron y cada vez van ahondando más en él. Sucederse así es perpetuar el fracaso.

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