Diario de León

TRIBUNA

La fiesta en la educación salesiana

Publicado por
Higinio Martínez Crespo
León

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MIRAR A LOS OJOS puede resultar una aventura, cuando la mirada nos lleva a regiones del alma no exploradas y sorprendentes. Una mirada llena de reflejos festivos, donde la sonrisa esperanzada de un amigo desvanece las brumas de la soledad o del hastío o de la duda, logra ganar el corazón de quien la recibe y siente sobre sí la cercanía de quien es capaz de sacrificarse hasta donde sea para ayudar a recuperar la esperanza. Así fue la mirada del santo a quien hoy recordamos, Don Bosco, quien desgastó hasta el último aliento por conducir a tantos jóvenes que vagaban y vagan errantes por las calles de las ciudades despiadadas de nuestra sociedad. Hoy también, Don Bosco nos invita a abrir los ojos de par en par para atrapar la vida y verter en ella un amor masado con energía y ternura.

¿Qué chico o adolescente no ha soñado alguna vez vivir una aventura grande y generosa? Luego, cuando llega la hora de la verdad y se apaga el entusiasmo: «¡Fuera sueños!». El realismo y las desilusiones nos obligan a renunciar a la generosidad y la audacia. ¿Es lo mejor? ¿Y si, por el contrario, fuera preferible atesorar dentro de uno mismo esa chispita de sueño? A los nueve años, Juan Bosco tuvo un sueño. Se vio de improviso enfrentado a una pandilla de golfillos a los que trataba de domesticar a golpes y puñetazos. Un misterioso personaje le hizo entender que solo los dominaría con la bondad y el afecto. Después, una Señora de majestuoso aspecto, mostrándole los mismos jóvenes transformados en lobos y otras fieras, le dijo: «Mira, este es el ambiente en el que deberás trabajar-¦». Y, como por encanto, aquellos animales se cambiaron en mansos corderillos-¦ La familia de Juan no se pone de acuerdo a la hora de interpretar el sueño. La abuela, práctica y realista, le aconseja: «No hay que hacer caso de los sueños». Sin embargo, a Juan esta visión no se le borrará nunca. Una misión a favor de la juventud machacada por la vida, una misión que, andando el tiempo y al hilo de encuentros y acontecimientos, aparecerá cada vez más clara, evidente y fiel a lo que soñó.

El día de la función se cuela en primera fila y no se pierde nada de lo que hacen prestidigitadores, charlatanes, equilibristas, acróbatas y sacamuelas. Se fija tanto, que pronto los trucos más difíciles no tienen secretos para él. Luego pasará días enteros ensayando para reproducirlos a la perfección. Más tarde escribirá: «Quizá no me creáis, pero, a los once años, yo era ya un buen / prestidigitador, hacía cantidad de sueños, caminaba de manos, / daba el salto mortal y bailaba en la cuerda floja».

Pero todo esto es más que un simple juego. Juan está cumpliendo el sueño de sus nueve años: ayudar a los chicos con problemas haciéndose amigo de ellos. Y, a la vez, percibe la llamada muy temprana a compartir con los demás su profunda fe en Dios. Así, entrenándose él solo, Juan ofrece su primer espectáculo. Juegos de manos, puro virtuosismo-¦ la varita mágica de Juan hace maravillas. Al final, camina sobre la cuerda. Resuenan los aplausos.

Antes, Juan ha rezado con la gente que asiste al espectáculo y les repite la homilía del cura párroco de pe a pa. Será su única paga. Sin embargo, detrás de un árbol, su hermanastro Antonio echa pestes: «Yo, matándome en el campo, mientras él se divierte haciendo títeres». La vocación de Juan se perfila en su infancia, de modo firme y convencido. Aunque, más allá de la fiesta, amenazan nubarrones de tormenta-¦

Muchos aspectos de la vida se deciden en la niñez. Juan, pequeño saltimbanqui, ya usa lo que será uno de los principales medios de su pedagogía futura. Cuando sea sacerdote, Don bosco hará de la fiesta un lugar de expansión gozosa para sus chavales. Se preocupará de que todos sus colegios tengan teatro, banda de música y un patio de recreo muy animado. Feliz tradición que aún se conserva en el día de hoy. Y es que, según Don Bosco, la fiesta, en sus diversas manifestaciones, permite que cada uno colabore según sus posibilidades y participe en el éxito colectivo. También permite que muchos descubran sus propias cualidades y cambien su visión de los demás-¦ y que los demás los miren de otra forma propicia, en fin, un acercamiento y un trato familiar mucho mayor entre educadores y educandos.

Si supiésemos tocar la cuerda, sentiríamos como una vibración. En realidad, hay una enorme tensión. La tensión de la mirada de un soñador despierto para el que solo importa el porvenir. La cuerda tensa, a punto de romperse. Por un extremo, anclada en el cielo; por el otro, en la tierra. Todos los protagonistas están presentes. Tiran de la cuerda porque ahí está su salvación. Los jóvenes, tirando del cable, ponen toda su esperanza en los pasos de ese otro muchacho que quiere sacarlos de ahí. El pequeño Juan mantiene el equilibrio; aunque tiene claro que tendrá que vencer muchos otros desequilibrios. Vivirá en esa cuerda tensa toda su vida; si llegara a aflojarse caería sin remedio. Juan avanza, en mangas de camisa, seguro de sí mismo. Hay caminos llenos de barro: los de los niños de la calle, los presos y otros jóvenes de la marginación. Se trata de concretar la salvación en el mundo, en la vida de cada día. El balancín se curva, vencido por el peso. ¡Qué importa! Juan lo agarra fuertemente con las dos manos. Toda la vida de Juan Bosco está ahí, sobre esa cuerda-¦ Como si colgara de un hilo.

Hoy también en miles de centros de más de ciento veinte naciones donde los Salesianos de Don Bosco desarrollan su trabajo, junto con los cooperadores salesianos, antiguos alumnos, Hijas de María Auxiliadora y un largo etcétera que componen la Familia Salesiana, la alegría, el espíritu de familia, la confianza, la cercanía y presencia solidaria y solícita entre los jóvenes, siguen siendo el motor de toda esta ingente actividad. La música, los festivales, las llamadas entre nosotros veladas artístico-humorísticas, los concursos de baile, de canto, las representaciones teatrales-¦ son componentes educativos siempre presentes.

Como colofón de esta faceta de Don Bosco, diremos que él concibió su existencia como una historia escrita con el corazón. Es la historia de una relación humana y pastoral riquísima y muy profunda. Un acercamiento fundado en la estima recíproca, en el esfuerzo conjunto, en las alegrías y sinsabores compartidos. De tal manera quiso a los jóvenes felices que no dudó en decirles: «Me basta que seáis jóvenes para que os quiera y os dé mi vida». No en vano, el Papa Juan Pablo II lo proclamó Padre y Maestro de la juventud.

Hemos querido honrar así a San Juan Bosco en el 150 Aniversario de la Fundación de la Congregación Salesiana. Ayer y hoy la semilla se ha convertido en un árbol y el árbol en un bosque.

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