Gente en fila

LAS «cambiantes ciudades» están variando mucho en los últimos años, pero no tanto de escenario como de protagonistas. El gran teatro del mundo tiene los mismos decorados, pero los actores son distintos: el argumento de la obra es diferente. La crisis ha hecho que decrezca la fe en el futuro y la esperanza de mejoría colectiva, pero ha aumentado la caridad, que es sin duda una notable virtud que tiene, entre otras virtudes, la de creerse todavía más buenos de lo que son a quienes la ejercen. Hay barrios tradicionalmente olvidados de los que ahora se acuerdan asociaciones y centros cívicos. Pro Derechos Humanos promueve concentraciones, al mismo tiempo que recuerda, por si las personas que han caído en la miseria todavía no habían caído en sus causas, que «la crisis del actual sistema capitalista liberal está ocasionada por las entidades financieras». Lo cierto es que cada vez se ven más colas en la calle de gente en fila para que les den algo de comer. No hay que exagerar, pero hay que mirar.

Hemos hecho una España no sólo diferente a otros países, como postulaba el discutible eslogan, sino diferente a ella misma. En algunas de las antiguamente llamadas regiones hay sólo un cinco por ciento de paro y en Andalucía viven casi medio millón de personas con sólo quince euros al día. Milagro, milagro. Pero ya se sabe que los milagros al sol no parecen cosa del otro mundo. Hay más de 750.000 desocupados que quisieran ocuparse en algo, no sólo en contribuir al afamado color local, ni en piropear a las Vírgenes con miriñaque en Semana Santa. Los desahuciados porque no pueden pagar el alquiler de sus viviendas se han multiplicado por cuatro en el año último. Esos son los datos, pero nosotros sólo le hacemos caso a las opiniones. Y a los discursos.