Tres nombres, un día

A RICART Salvat, figura imprescindible del teatro español de la segunda mitad del XX, tuve ocasión de conocerlo en León, en el segundo Congreso de Artes Escénicas de la comunidad, en unos años en los que vivimos el espejismo de que la escena regional iba a tener su oportunidad sobre esta tierra estéril, tan mal cosida. Era un hombre cálido, amable y sabio, pero su incómoda figura había sido relegada en los últimos años en bene-ficio de la venerable placidez del sector. Con Ricardo Vicente mantuvo Ponferrada una relación más estrecha ya que el actor y director vallisoletano impartió en la Ciudad del Puente varios talleres y en su teatro estrenó algunos de sus montajes, siempre rigurosos en el arte del actor, siempre cercanos a una textualidad desnuda y agria. Era la genera-ción intermedia del teatro regional, mejor formada que la anterior, ya consciente de las graves limitaciones artísticas y políticas del territorio, pero todavía ilusionada y con su-ficiente energía como para intentar cambios estructurales. Apostó por Castilla y León como marco de acción, renunciando a una más que probable carrera en Madrid, y murió hace unos días, con apenas cuarenta años y seguramente un sabor amargo de fracaso que su buen carácter nunca llegaría a convertir en hostilidad. Ángel Ruiz nos dejó huérfanos hace once años y desde entonces lo echamos de menos siempre que hay una mesa con pulpo, amigos y risas. Artista completo y complejo, puso siempre su talento al servicio de todos aquellos que en la Ciudad del Puente han amado el teatro. Vivió la justo para dejar un enorme rastro de gratitudes pero no lo suficiente para compartir su agudeza de juicio en estos tiempos inciertos y grises.

Ricard, Ricardo y Ángel: tres nombres que gustaron tanto del teatro que eligieron para morir los días previos a su fiesta mundial del 27 de marzo.