Mercaderes de nubes

EL QUE inventó el timo del tocomocho, si fuera lícito cobrar por los derechos de autor, sería una de las mayores fortunas del mundo. Su única competencia quizá fuese la del político que ideó el timo de la promesa. Un impostor que sabía que «prometer no empobrece» y que siempre habrá gente que crea en la eficacia de los crecepelos y en los caldos concentrados de gallina hechos exclusivamente con las que tienen plumaje blanco. Se cuenta que don Miguel de Unamuno, viajero por un pueblo salmantino, que se acercó, en la detestable calidad del mirón a unos que jugaban una partida de naipes. Uno de ellos, al que la suerte había mostrado una de sus momentáneas sonrisas, gritó eufórico: «¡el que inventó las cartas era el tío con más talento del mundo!» Don Miguel, al que le costaba mucho callarse, le dijo: «¿Y qué me dice usted del que inventó la cama?» El sabio palurdo le respondió: «fue el mismo». Quizá sean el mismo el que inventó el tocomocho y el intemporal demagogo que sigue despachando promesas. Ambos negocios son eternos y nunca se ha registrado en ellos la necesidad de hacer un expediente de crisis. El Gobierno no para de ofrecer, incluso permisos de trabajo a extranjeras maltratadas. También oferta un producto apenas reconocible: la honestidad, vocablo que se ha hecho extensivo a la honradez.

Se investiga a tesoreros del PP y a «la trama de Correa». Por cierto, quién será Luis «El Cabrón». Nos dan pocos datos. Hay muchos a los que su señora les ha puesto los leños., pero sus nombres y su ideología son diversos. Los mercaderes de nubes siguen teniendo abiertas sus puertas y no les falta la clientela. Vivimos de promesas. Hasta que descubramos que también ellas tienen fecha de caducidad.