Diario de León
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Canto rodado | ana gaitero

Quiere Esperanza Aguirre, y a rebufo de ella toda la clase política ávida de votos, «devolver» la autoridad al profesorado con una etiqueta muy mediática -”otorgarle rango de autoridad pública-” pero de dudosa eficacia en las aulas. En primer lugar, habría que aclarar qué clase de «autoridad» queremos «devolver» al profesorado.

La autoridad que se ha conocido en este país fue, durante muchos, muchos años, se ejercía desde la tarima, aderezada con la arraigada creencia de la letra con sangre entra y consagrada por un régimen cuya médula espinal era el autoritarismo.

Cierto es que muchas maestras y maestros han ejercido la autoridad de la pedagogía y el buen hacer humano por encima de códigos y sin necesidad de plataformas de madera en las aulas. Su autoridad emana de forma natural de su sabiduría y prestigio. Esa es la clase de autoridad necesitan las aulas.

El prestigio no es algo que se gane solamente a título individual, que hay que ganárselo. Es también la consideración social y el trato público. Por eso en Finlandia toda la formación del profesorado, ya sea para estudios de infantil, primarios o de secundaria, son carreras superiores. La sabiduría es más que el conocimiento especializado de una materia, es entender la esencia de la vida y saber transmitirla.

Pero mucho me temo que lo que se reivindica para el profesorado es una autoridad más cercana al concepto romano de potestas (poder) que al de autoritas (prestigio y sabiduría). Querer hacer creer que convertir al profesorado en autoridad pública va a solucionar los problemas de convivencia y disciplina es de una simpleza insultante.

La escuela es mucho más compleja que un recinto carcelario donde impera la norma y la prohibición. La escuela requiere vocación, dedicación e inversión pública (no propaganda mala).

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