Diario de León
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Al día | carlos carnicero

V olvemos a los tiempos de los mani fiestos. O, en realidad, nunca hemos dejado de manifestar la protesta a través de la firma, de la adhesión, para solventar problemas que los partidos, los sindicatos y las instituciones no pueden o se atreven a enfocar: desidia intelectual, pereza, falta de rebeldía, conformismo. En el fondo lo que reclaman Serrat y Sabina es que la desigualdad no sea tan lacerante.

La cultura del enriquecimiento se ha sobrepuesto y ha superado a la cultura de la honradez. Los niños, de pequeños, ya no quieren ser bomberos sino brokers; si se les pregunta no sueñan con salvar vidas en África sino con entrar en el consejo de administración del BBVA. Y luego, si la vida les coloca en una gerencia de urbanismo, terminarán por ser ejecutivos privilegiados por la vía de la corrupción. Hasta que la policía llama a la puerta del despacho y los conduce a la Audiencia Nacional. O no. No sabemos cuántos casos más de corrupción hay en España. Haría falta una ecografía y una resonancia magnética para averiguar cuantos de quienes tienen coches de quince millones de pesetas no los han conseguido en una parcela recalificada.

Los artistas quieren que la salida de la crisis no la gestionen quienes la han provocado. Quieren que los ejecutivos de las multinacionales no sean extraterrestres en sus remuneraciones y que la gente común tenga derecho a sueños saludables para ver crecer a sus hijos aprendiendo idiomas. Otra vez los manifiestos para ver si la socialdemocracia está sólo dormida o en realidad está muerta. Manifiestos para lograr que las ideas vuelvan a circular, que la honradez sea un grado y que la izquierda resucite.

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