Diario de León

Un leonés verdaderamente atípico

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El aullido | luis artigue

R ecién llegado de la Universidad de Amsterdam -donde he tenido el privilegio de asistir a una conferencia panhispánica de Mario Vargas Llosa- traigo para ustedes placeres, sabores, sones a deshora, un recordatorio de la humana infinitud interior y la sensación de haberme encontrado con el leonés más atípico de cuantos he conocido. En efecto creí que lo principal de este viaje sería el gran escritor peruano con prosa perseguidora de esa perfección que nunca se alcanza, pero no: en Ámsterdam, ciudad por la que uno anda como mesías sobre el agua, he conocido mejor a un leonés extraño. ¿O soy yo el extraño?

Germán Gullón -pelo huidizo, ojos que brillan como si el contenido desbordara a la forma, manos rítmicas que tornan en sinfónica la destreza verbal, modales de ciudadano pastiche- es hijo de quien fuera uno de nuestros mejores: don Ricardo Gullón. Y, aunque se ha formado entre Estados Unidos y Holanda, este hispanista existencial lleva en el corazón a Astorga igual que los viajantes de comercio guardan ropa en sus maletas... Sí, ha sido este paisano con ecosistema mental propio quien me ha hecho reflexionar sobre el significado y el sentido del intelectual actual. ¿Por qué la palabra intelectual suena hoy con cierto eco negativo? ¿Será que el papel que le toca al pensador es ya sólo el de perseverar en su rareza?

Precisamente Arnold J. Toynbee, en su monumental Estudio de la historia , habla del intelectual cr ít ico señalando que, como con su mirada diacrónica y su entrenada perspicacia puede anticiparse a la historia, en la mayoría de civilizaciones ha sido una referencia social necesaria; un profeta laico. O, por decirlo con Marx: «el intelectual es la vanguardia de la clase obrera». Pero ya que actualmente nuestra sociedad vive en un perpetuo presente nadie quiere saber nada de intelectuales profetas. De hecho en general la gente se limita a fijar obsesivamente su pensamiento en otras vidas, con frecuencia otras vidas peores que la suya, debido a que el individuo como tal está a la baja. Por eso parece no necesitarse ya al intelectual que genera conciencia, sino sólo al entretenedor que propaga distracción u olvido.

Sí, gracias a la mala televisión el intelectual hoy ha sido sustituido por el famoso, a pesar de que éste último no incide en la inteligencia de la gente, sino sólo en su curiosidad morbosa. ¿Y eso no habla de la endeblez del ser humano actual? ¿Cada vez hay menos intelectuales de verdad porque se está volviendo difícil ser constructivamente una excepción?...

Vivimos en tiempos difíciles para el pensamiento. De hecho incluso ya la universidad está sumida en una especie de racionalismo escolástico que no apuesta por la pasión -esto sitúa al profesor creativo y apasionado en una posición singularmente aislada en el tiempo- pero, ahora y siempre, hemos de apostar por la inteligencia. Y es que es la inteligencia, esa noble facultad humana capaz de separar la verdad del error, la que nos estimula y alimenta (especialmente en tiempos de crisis necesitamos a esta gente creativa, inteligente, que está suministrando ideas para el gran debate que viene)... De vuelta a León y a mí mismo me pregunto si la distancia existe.

Admirado intelectual, hoy escribo esto para decirte que siempre hay alguien que escucha conmovido mientras, co mo un animal mítico, va rumiando una palabra: gracias.

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