Diario de León
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Panorama | antonio papell

Durante estos años de desarrollo de Internet, no ha cesado el debate sobre la gratuidad o no de la oferta mediática. En un principio, los medios de comunicación que se asomaban a la Red trataban de conseguir un retorno económico directo pero pronto fueron desistiendo con la esperanza de conseguir ingresos a través de la publicidad. Ésta ha crecido incesantemente pero como partía de niveles ínfimos, los ingresos publicitarios obtenidos por los medios convencionales en Internet son todavía escasos, y renace la idea de dar por concluida la gratuidad de los contenidos. Rupert Murdoch ya ha anunciado que piensa cobrar por las ediciones digitales de sus diarios, entre ellos, The Times . Y James Harding, el director del gran rotativo londinense, ha precisado que desde la próxima primavera su edición «on line» será de pago. Tras esta iniciativa económica se oculta todo un ideario: «vamos a atacar la cultura de lo gratis», ha dicho Harding. Este debate se superpone al generado por la piratería, que está afectando al negocio audiovisual -”cine y música-” y que en breve sumirá en graves problemas a la industria editorial. Pero son asuntos distintos: en tanto las industrias culturales aprenden a aclimatarse a los sistemas de intercambio P2P entre particulares y reconvierten sus negocios, los medios de comunicación deben decidir qué hacer en Internet. Probablemente, el dilema ni siquiera se plantearía si los multimedia hubieran concluido su migración a las nuevas tecnologías, un proceso que en muchos casos es apenas incipiente.

Porque Internet no es un simple soporte más: sus atributos le hacen idóneo para transmitir un continuum informativo textual y audiovisual de escasa densidad, abierto a la interactividad y a la participación. Pero ese periódico digital ocupa un nicho concreto del multimedia diferenciado de todos los demás y especialmente del periódico escrito, con el que ha de establecer sin embargo una estrecha y creativa relación biunívoca. Éste no puede competir, como es obvio, en inmediatez con aquél, por lo que tendrá que renunciar a las primicias. Y, en cambio, la prensa escrita tiene amplísimo campo expedito en el terreno del análisis, del gran reportaje, del periodismo de investigación, de la opinión en el sentido más amplio del concepto. Si así se ve, se entenderá la necesidad de conjugar el periódico digital -”o «edición electrónica»-”, que en realidad se desarrolla constantemente durante las veinticuatro horas de la jornada al hilo de la actualidad informativa y que probablemente haya de ser y seguir siendo gratuito, sostenido mediante la publicidad virtual, con el periódico convencional. Por descontado, parece lógico que este periódico convencional -”que no es un periódico digital aunque mantenga su correspondencia con una edición continua-” pueda ser también adquirido a través de la Red mediante precio que pagará el consumidor. Pero no parece lógico pretender cobrar por una prensa digital que es, por su propia naturaleza, efímera. Si las empresas periodísticas consiguen gestionar cabalmente esta dualidad -”la complementariedad de marca entre el periódico electrónico continuo y el periódico convencional-”, conseguirán probablemente salir de dudas y orientar su negocio tomando en cuenta la nueva complejidad que parte de la idea de que Internet tiene el doble papel de aportar un nuevo y potente soporte y de forzar la reestructuración de todo el multimedia.

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