Diario de León
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A esgaya | emilio gancedo

Se me adelantó el compañero Gavela el pasado 22 de noviembre con una Gaveta en la que exponía el escaso conocimiento que de las cosas y lugares bercianos tienen las gentes capitalinas o del alfoz (sí, del alfoz, qué palabra guapa, medieval y arábiga, porque eso del área metropolitana me suena a mí a México D.F., como si esto fuera la conurbación washingtoniana en vez de Azadinos, Sariegos o Villanueva del Carnero). Y vaya hombre, justo cuando iba a lanzar yo un A esgaya con la tesis justamente contraria: que la gente de León capital y su contorna saben del Bierzo y viajan más allí que al revés. Porque puede que el ponferradino o el cacabelense se vean obligados a papelear en Ordoño II y conozca bien la urbe, pero habría que preguntarles por la arcana ribera del Cea, por las recoletas Arrimadas, por el valle solariego de Ordás, por las cumbres nevadas de los Mampodres o por las neblinosas riberas del Porma y Esla (que ni siquiera aquí se conocen a fondo). En cambio, me consta que el capitalino calza las botas muchos fines de semana y decide visitar esos Ancares que siente como propios, o la silenciosa Peñalba, o las deslumbrantes Médulas, y camina, fotografía, come y bebe por allá. A cambio, los pocos bercianos que acuden al oriente se sorprenden con las cosas comunes, y observan que también hay montes y praos, y paisanos en galochas.

Y he de decir -”en respuesta a la animadversión casi casi generalizada que al otro lado del Manzanal se siente hacia esta vertiente-”, que donde quiera que un capitalino ande vendiendo las excelencias de esta tierra, fuera de ella, siempre, sin falta, exaltará la gran comarca-región. «Pero, ¿y no conoces el Bierzo? ¡Pues tienes que ir». Es el jardín de León, últimamente el mejor embajador de toda esta antigua tierra, el lugar al que acudir, reencontrar, descubrir y disfrutar.

Por eso espero que ambos, Gavela y Gancedo, andemos errados y que cada vez todos nos conozcamos más. Y mejor.

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