Diario de León
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De siete en siete | rafael monje

No sé si lo peor de la crisis habrá pasado, pero creo que, lejos de contenerse, mantiene indicadores de honda preocupación en muchas áreas productivas, hasta el punto de que sectores como e l primario y el de servicios han seguido la triste estela de los primeros en los que saltaron todas las alarmas: el financiero y el de la construcción. Los brotes, por tanto, aún están bajo tierra y su color es cuanto menos negruzco. Pero más allá de los datos macroeconómicos, del goteo incesante de expedientes de regulación de empleo, del incremento del paro y de la morosidad crediticia, lo cierto es que los acontecimientos apuntan a un futuro cambio de modelo social que exige a su vez un profundo cambio de las economías locales e internacionales. La salida del túnel debe venir precedida por una decidida voluntad de mudanza en todos los frentes, y no sólo en el económico. Es, por tanto, una tarea que compete a todos los sectores, agentes sociales, autoridades monetarias y administraciones, y cuánto más tiempo pase sin una clara determinación colectiva, más tiempo tardaremos en vislumbrar realmente el principio del fin.

Nada parece indicar que volverá a ser igual que antes del estallido de la crisis, pero, mientras tanto, hay que poner todos los frenos posibles a un escenario escalofriante, que tiene en el imparable desempleo su peor exponente -”2.400 personas han perdido cada día su trabajo en España en el último año, cien de ellas en Castilla y León-”. Éste, por encima de cualquier otro, debe ser el principal desafío, porque afecta a la propia convivencia, a la estabilidad social y a la confianza de los ciudadanos en el sistema. No hay recetas mágicas ni gobierno que tenga la chistera llena de conejos, pero habrá que reinventar la forma de hacer frente a una situación insostenible, para la que se queda corta una Ley de Economía Sostenible; y también habrá que escuchar más a pequeños y grandes empresarios. Y de eso se trata, de escuchar, si queremos encontrar respuestas eficaces. Por ejemplo, compartiendo el otro día mesa y mantel con el presidente de Repsol, Antonio Brufau, le he escuchado su particular recetario para estos duros momentos: ideas nuevas, talento, tecnología, esfuerzo económico y disciplina financiera. Casi nada. Y más recientemente, lo mismo al presidente de Renault España, Jean Pierre Laurent, quien aconseja diálogo, soluciones innovadoras y otra forma de trabajar. Y es aquí adonde quería llegar, porque no les falta razón a ambos: ideas innovadoras y otra forma de entender el trabajo son, sin duda, dos cuestiones esenciales en la lucha contra la crisis. Pero también resulta inconcebible, como advierte Laurent, el constante tira y afloja entre comunidades autónomas y entre éstas y el Gobierno central en el impulso de proyectos estratégicos que están por encima de ideologías, de localismos y de mandatarios. Y creo que eso también pasa porque no se escuchan lo suficiente. Necesitamos, pues, escucharnos más para que no se convierta esto en un diálogo de sordos, para que la voz callada y trágica de los más de cuatro millones de parados retumbe en las conciencias de quienes tienen la obligación de escuchar. Si no lo hacemos, puede ocurrir lo que le ha sucedido estos últimos días al Ejecutivo de Zapatero a propósito de la regulación de las descargas de Internet y la retirada de crucifijos en las escuelas, que se cae en la indefinición. Y eso es porque tampoco se escucha.

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