Diario de León
Publicado por
LUIS DEL VAL
León

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A lo largo de mi vida he conocido a muchos curas, y los curas, como sucede con los ingenieros agrónomos o los taxistas suelen ser bastante variados, y los hay más inteligentes y menos, simpáticos y antipáticos, amenos y aburridos.

Pero nunca me he encontrado con un cura pelmazo, de esos que tras los saludos de rigor comienzan a ejercer el apostolado o se ven obligados a denigrar de los agnósticos. Con los ateos sucede lo mismo, que los hay sutiles y bastos, pero suele abundar el ateo pelmazo.

El ateo pelmazo quiere dejar bien claro, a los pocos minutos de estar con él, de que es ateo. Le parece que es imposible comerciar con el prójimo, relacionarse, hablar, colaborar o asociarse sin que quede patente su condición de ateo.

Al principio, te puede parecer una extravagancia pintoresca, algo así, como si alguien, nada más conocerle, se preocupara de hacerte saber que es amante de Mozart y muy crítico, con Wagner, o que es vegetariano, y a continuación se pusiese a perorar sobre los peligros de las proteínas y grasas animales.

No hace falta ser psicólogo para intuir que detrás de esta obsesión hay un problema de asimilación. Los ateos pelmazos que querían organizar una procesión atea en Madrid deben tener algo sin resolver.

Es como si estos días, acogotados por los encuentros futbolísticos del milenio, alguien propusiera una manifestación antifutbolística. Se trataría de otra clase de pelmazos, pero pelmazos al fin y a al cabo.

A mí me parece que el ateo pelmazo debería hacerse mirar con la misma tranquilidad con que nos miramos una digestión pesada y con problemas. No han digerido bien ni la teodicea, ni la teología, y eso siempre acaba produciendo náuseas y, en ocasiones, vómitos.

Ignoro si la dolencia entra dentro de las atenciones de nuestro sistema nacional de salud, pero es mucho mejor que se sometan a un tratamiento. Por bien de ellos, y porque nos dejen a los demás libres de su anacrónica pelmacería.

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