Diario de León
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Liturgia dominical

JUAN CARLOS FERNÁNDEZ MENES

El tiempo de Adviento que comenzamos nos ofrece una gran riqueza de temas para vivir y actualizar nuestra fe. Este domingo nos recuerda el horizonte último de la historia, que se identifica con la venida del Hijo del Hombre. Así se subraya la importancia de lo que está en juego y se invita a no perder el tiempo y las energías en cosas secundarias y a tener una actitud esperanzada y vigilante. Porque el encuentro definitivo con el Señor hemos de construirlo y prepararlo día a día. Velar es no dejarse engañar por lo episódico y lo superficial, por los falsos mesías que pululan en los períodos angustiosos, cuando nos acechan las crisis y corren voces de violencias, cataclismos, hambres u otras calamidades. Velar es, además, no dejarse desconcertar por las dificultades que acosan a la Iglesia o también no dejarse sorprender por las divisiones que el anuncio de la fe causa a menudo en las comunidades humanas, especialmente en las familias, en las cuales cuando unos aceptan, otros rechazan.

A pesar de que somos cristianos, podemos desorientarnos. Al comienzo del Adviento somos convocados a una vigilancia dinámica, que es lo contrario de la tranquilidad estática. Somos conscientes de que Dios nos ha llenado de sus gracias y dones, como nos dirá san Pablo, pero tenemos que seguir caminando. Estos dones no se nos dan de una vez para siempre. Tenemos que crecer, progresar. El Adviento nos urge a no quedarnos satisfechos con lo ya conseguido, a mirar adelante con valentía, a seguir caminando, porque hay mucho que conquistar todavía. Lo que Cristo Jesús inauguró con su venida, hace ya veinte siglos, todavía está sin realizarse del todo. Es un programa vivo, que reiniciamos cada año con esperanza y energía.

Adviento invita a despertar, a abrir los ojos para descubrir a Dios cercano en Jesús, el Mesías, que está en lo más íntimo de nosotros mismos, en la historia de cada día, en los nuevos rumbos de la Iglesia. No es que Cristo tenga que «venir». Él «está» siempre ahí. Los que «no estamos» somos nosotros, distraídos por mil cosas. Descubrirle presente, encontrarnos con Él, es el programa, gozoso y comprometedor a la vez, del Adviento. Un programa que afecta a toda nuestra vida, que puede modificar nuestros proyectos y que nos pone en actitud de búsqueda, de atención y de marcha. Cada vez que celebramos la Eucaristía miramos hacia el pasado, ya que ella es el memorial de la Muerte del Señor. Pero también miramos hacia delante, «mientras aguardamos la gloriosa venida de nuestro Salvador, Jesucristo», recuerda la Liturgia. Y en el centro de cada Eucaristía proclamamos, ojalá con fuerza e ilusión: «Ven, Señor Jesús» era la oración que repetían los primeros cristianos.

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