Diario de León
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Liturgia dominical

JUAN CARLOS FERNÁNDEZ MENES

El Evangelio de este domingo tiene tres momentos con tres enseñanzas; la más conocida es la expulsión de los mercaderes; menos las otras dos, que resultan de una inusual dureza y quizás por eso han quedado un tanto relegadas. Pero las tres han de ser acogidas, ya que son Palabra de Dios y en las tres se nos dice algo para nuestra vida. La expulsión de los mercaderes es chocante e indignante para ellos, por lo que le piden una explicación que les haga comprender aquella actuación. Ya en otras ocasiones le habían pedido un signo, lo que motivó los calificativos de generación adúltera y perversa. ¿Volverá Jesús al enfrentamiento o dará, al fin, la respuesta pedida? Ni lo uno ni lo otro. La respuesta de Jesús, en esta ocasión, es un enigma, un misterio; o más exactamente: una frase de doble sentido que, sólo desde el misterio, es posible comprender: él es el templo que se reconstruirá a los tres días de ser destruido, refiriéndose a la resurrección.

Y es que a Jesús sólo lo entenderemos bien desde la fe, desde una auténtica experiencia de fe, y así comprenderemos (con las limitaciones lógicas) que en Él siempre nos quedará algo por descubrir; así podremos seguirle, ponernos en camino tras él, vivir como él, entregarnos a los demás como él. Estas palabras de Jesús son también una grave advertencia contra el desánimo y la desconfianza con que a veces nos dirigimos a Dios. Quien sabe entenderle, sabe perfectamente que el bien triunfará sobre el mal, la vida sobre la muerte. Pero esto lo descubre solamente quien conoce a Jesús y pone su esperanza en él. Ser creyente no es un privilegio para sentirnos superiores, sino un don para ser más serviciales.

Jesús siente un temor que nace de los sucesos acaecidos: en ellos ve que es más fácil ser religioso que creyente y discípulo; más aún: con frecuencia se utiliza la excusa de ser religioso para no molestarse en ser creyente. No se puede aplicar el estilo del orden de la sociedad al orden de la fe: en éste no hay privilegios ni derechos adquiridos ni prioridades ni primeros puestos. Los recelos de Jesús son claros y son justificados. Pero resultará que Jesús no tuvo recelo a la hora de dar su vida por los hombres, que es tanto como expresar su confianza en que, antes o después, el hombre se abrirá a Dios y a su Reino. Esta Cuaresma nos prepara para que sepamos que, a pesar de nuestras debilidades, fallos, hipocresías y traiciones, Dios está con nosotros: su Hijo da su vida por nosotros y Dios Padre lo resucita, para que todos sepamos que estamos llamados a la vida.

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