Diario de León
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ANTONIO NÚÑEZ
León

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Una vez que acudí a un abogado amigo y ya difunto, José María Suárez, para que me asesorara en una querella de las de llegar al cuello zanjó la consulta en dos minutos. «Antoñito», me dijo, «tú niégalo todo hasta el patíbulo». Y en otra, que era más gorda, tanto como para que contratara el periódico al expresidente del Constitucional, don Manuel Jiménez de Parga, un charnego andaluz reciclado brillantemente en Cataluña y que para colmo ganaba todos los pleitos de José María García, alias «Butanito», cuando preparábamos la vista del caso me advirtió muy severamente. «¿Antonio, sabes lo que dice un pagés?». «Yo nada». «Pues eso, no abras la boca». Pero aquel letrado acongojaba a sus señorías, así que me absolvieron con todos los resultandos y considerandos en contra. Asistió al juicio entre el público que abarrotaba la Audiencia Provincial otro picapleitos también amiguete y fallecido, luego famoso por el «fantasma Cándido», Angel Luis Álvarez. «Qué haces aquí», le pregunté. «Aprender como ahostian a un periodista, pero va a ser que no».

Aquellos tres nones por los banquillos marcaron para siempre mi deriva profesional y así me va, hasta el punto de que desde entonces no he dado un sí a nada, ni a derechas ni a izquierdas. Me consideran todos un «tocagüevos», lo cual en este oficio es timbre de honor. Viene esto a cuento de que el Gobierno jura que se está recuperando la economía. Y como no podía esperarse menos de mí yo escribo de nuevo que no, señor.

Toca ahora apuntarse a la teoría de que estamos saliendo de la crisis, cosa que aseverada con esa cara de amargura característica de Mariano da risa. A la campaña de que todo mejora se han apuntado, como es natural, los ministros en bloque y no hay día sin regarnos el coco con la bajada de la prima de riesgo, la subida de las bolsas, una décima de puntico menos en el paro y patatín y patatán. Prometen que a partir del año que viene o del siguiente será la leche. Pero eso ya lo descubrió Topol, el de «El vionista en el tejado» sin necesidad de ser economista, después de descartar fatalmente lo de «Si yo fuera rico». Aquel judío del éxodo, expropiado de casa y vacas, lo tenía claro: «Como las cosas no pueden ir a peor necesariamente tienen que ir a mejor». Pues eso, Montoro.

Con seis millones de parados caídos la mayoría del andamio la cosa tiene muy mal arreglo. Y no vea usted la cantidad de autónomos e industrias auxiliares, léase fontaneros o pintores, con el agua al cuello o colgados de la brocha. También Botín y el presidente del BBVA, Francisco Álvarez, se han apuntado al optimismo. Hombre, no sé si será su caso, pero un optimista sólo es un pesimista mal informado. Al tarambana de Zapatero le daba lo mismo, dado su profundo desconocimiento de la economía, que llevaba a gala en positivo, tanto que me recuerda a un antiguo síndico de la Bolsa de Madrid, Blas Calzada, cuando en el pozo de una crisis anterior le pregunté si habíamos tocado fondo. Él me animó conmiserativamente con un «sí, hijo; ahora nos toca cavar».

Va usted de tiendas por cualquier calle y unicamente ve comercios con pegatinas de «se traspasa». Ni se le ocurra coger el negocio. Parece un chiste como el del vasco Chomin que probó en uno y salió con un chichón de la órdiga en la frente. «Es que», le argumentaba luego a los amigos en la hora del tchiquiteo, «ponía en el escaparate se traspasa... pero no».

Dicen también los banqueros más floripondios que hay cola de inversores extranjeros para traer pasta aquí. Desde luego los nacionales del Santander y Bilbao no, porque cuando les pides un crédito te contestan que sólo se lo dan al que no lo necesita. Hay gente como Botín, un apellido que te deja predestinado para toda la vida, que se lo monta muy bien. Aunque igualmente es verdad que la culpa del batacazo no ha sido suya sino de las cajas de ahorros mangoneadas por políticos de todos los colores, las cosas como son.

Si dice Rajoy que se está recuperando la economía servidor dice que no hasta que él mismo se ría un poco, mira que le cuesta trabajo. Mientras tanto sostendré la teoría de mis abogados de los nones. Con Zapatero y su mueca permanente era distinto, señoría. Y, si no fuera así, tal como está el patio, aunque vuelvan a empapelarme pienso igual que mi colega del siglo XIX y estoy listo: «Montado en la diligencia/que me lleva para Francia/me cago en la providencia/del juez de primera instancia/del distrito de la Audiencia».

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