Diario de León

Ángeles de carne y hueso antes del fin

Los centros de cuidados paliativos reivindican más humanidad en la medicina.

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DANIEL ROLDÁN | MADRID
León

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Los girasoles son un misterio. Aparecen por los pasillos, en las paredes de algunas habitaciones y en las solapas del personal médico. Fuera, el frío campa a sus anchas en Tres Cantos, ciudad dormitorio que creció a las afueras de Madrid. Dentro, al calor de los radiadores, la vida y la muerte transcurren con una placidez asombrosa, tocándose y entrelazándose con naturalidad. «¿Sorprende, verdad?», pregunta divertido Bernardino Lozano. No es la primera vez que observa la reacción de un visitante al contemplar un centro de cuidados paliativos como el que dirige, el hospital San Camilo. «¿A que se parece poco a un hospital?», vuelve a señalar risueño.

Con tranquilidad, como si el tiempo se hubiera detenido a las puertas del centro. Sin prisas. Por eso una de las zonas del centro está decorada con relojes. «El tiempo interpretado como oportunidad», explica Lozano. Tiempo para dejar todo atado. Porque en el centro no se esconde la enfermedad a nadie. «Aquel que tiene un tumor y le dan seis meses o un año está mejor porque sabe lo que quiere hacer con su vida. Hacer un viaje, pagar el piso de un hijo, ir a su boda… También determina cómo quiere morir. El médico está informado de todo y se evitan esfuerzos innecesarios para un resultado que ya se sabe, por lo que no se hacen cosas que esa persona no quiere», añade el doctor de San Camilo, que cuenta con 33 camas, un centro incorporado al Programa de Atención Integral a Personas Avanzadas de Fundación La Caixa.

Ese tiempo tiene un límite, una fatídica cuenta atrás en la que el resultado es siempre el mismo: la parca. Los enfermos que acuden a estos centros, en su gran mayoría concertados con los servicios sanitarios públicos, ocupan una habitación individual durante un mes de media, aunque la estancia va poco a poco en aumento porque los cuidados al enfermo comienza antes. Un paciente prototipo al que le han pronosticado que su vida acabará en seis meses, aunque es raro que llegue a cumplir el calendario. «Es necesario humanizar la medicina. Volvemos a preocuparnos de los pacientes», comenta el doctor Pablo Sastre, que como antaño hizo su tocayo, se tuvo que caer del caballo para encontrar su vocación médica. Era médico rural y tuvo una persona a la que no se le podía dar otra cosa más que nolotil porque no quería ir a un hospital. «Había un campo de investigación».Una preparación que debe nacer en las universidades -sólo ahora se está haciendo algo en Enfermería- y continuar en el postgrado. «Debemos saber cómo comunicar una muerte o trabajar en equipo. En los paliativos es fundamental. Porque aquí no curamos. Cuidamos», comenta. «Ya decían los griegos que cuando no se puede curar, hay que cuidar».

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