Diario de León
Publicado por
Liturgia dominical JUAN CARLOS FERNÁNDEZ MENES
León

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D ecía el cardenal Newman en uno de sus sermones: «A lo largo de toda nuestra vida, Cristo nos llama. Nos vendría bien tener conciencia de ello, pero somos lentos en comprender que Cristo camina a nuestro lado y nos invita a seguirle. Pero, nosotros ni siquiera alcanzamos a percibir su llamada. Pensamos que tuvo lugar en los tiempos de los apóstoles; pero no creemos que la llamada nos atañe a nosotros. No tenemos ojos para ver al Señor, al contrario del apóstol a quien Jesús amaba que distinguía a Cristo cuando los demás no lo reconocían. No obstante, estate seguro: Dios te mira, quien quiera que seas. Te llama por tu nombre. Te ve y te comprende. Todo lo que hay en ti le es conocido: tus sentimientos, tus pensamientos, tus inclinaciones, tus gustos, tu fuerza, tu debilidad. Te ve en los días alegres y tristes. Se interesa por tus angustias, tus recuerdos, tus ímpetus, tus desánimos. Contempla tu rostro en la salud y en la enfermedad. Te mira entero, escucha tu voz, el latido de tu corazón y hasta tu aliento. No te amas tú más que te ama él».

En nuestro caso, si nos preguntan por qué somos cristianos, la respuesta no aflora tan rápida como el gemido tras un golpe. Tardamos en responder tal vez porque nuestra identidad anda extraviada como en un cajón de sastre donde todo está revuelto: humano, cristiano, religión, moral, justicia, verdad, rutina, experiencias muertas... Digámoslo claro: la lenta y dudosa respuesta denuncia o falta de fe o ausencia de reflexión sobre la propia identidad o un cristianismo con poca coherencia entre palabras y obras. El Evangelio de este domingo, al presentar la relación entre Pedro y Jesús, nos ofrece una imagen elemental de lo que caracteriza al discípulo: este es quien pone una confianza absoluta en Él, quien se fía plenamente de su mensaje.

Todos tenemos que tener presente que somos elegidos para ayudar a otros a librarse de las opresiones, a conocer mejor la verdad, a gozarse en la salvación de Dios. Todo bautizado es testigo y colaborador de Cristo en medio de su ambiente: un niño puede ayudar a sus amigos, una joven puede ejercer una influencia positiva entre sus compañeros, los hijos con los padres y los padres con los hijos han de ser testigos de la autenticidad humana y cristiana. Todos «enviados» desde la Eucaristía a la vida: a dar testimonio, o sea, a mostrar con nuestro estilo de vida cuál es nuestra fe, en la que estamos seguros está la salvación integral.

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