Diario de León

ASÍ SALÍ DE LA ANOREXIA

«La comida era para mí obsesión, sufrimiento y ansiedad»

Uno de cada cien adolescentes padece anorexia nerviosa y cuatro de cada cien bulimia. Los trastornos de la alimentación afectan cada vez más a personas más jóvenes o adultas que entran en la menopausia. Los padres reclaman una unidad específica en León para el tratamiento integral. Los recursos públicos son escasos y algunas familias se arruinan para que sus hijos (la mayoría son mujeres) se curen. Una joven recuperada describe cómo la comida se convirtió en lo único que podía controlar.

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carmen Tapia | león

«Nunca tuve problemas de sobrepeso. Sin darme cuenta, caí en la anorexia cuando tenía 17 años. No todas nos vemos gordas. La comida se convirtió para mi en obsesión, sufrimiento y ansiedad». Patricia —la autora de este testimonio pide aparecer con un nombre ficticio— reconoce que su vida con anorexia «era un engaño y eso aumentaba todavía mi ansiedad». Ahora, ya recuperada, quiere ocultar su identidad «porque esta enfermedad sigue estando estigmatizada. No tendría que esconderme si la sociedad no me señalara y eso es como una losa. Aparecen sentimientos de culpa y de vergüenza, por eso la incapacidad de las personas a reconocer lo que les pasa. Recuperarme ha sido un logro muy importante del que estoy muy orgullosa. He librado mi batalla».

Dos años ingresada en el Instituto de Trastornos Alimentarios de Barcelona (ITA) le ayudaron a salir de la pesadilla en la que se sumió junto a su familia. «Soy perfeccionista, crítica conmigo misma, tengo miedo al fracaso y he crecido en la creencia de que tenía que ser la mejor». Esta autoexigencia la introdujo en una espiral que destruyó su autoestima. «Para mí, el reconocimiento y la admiración jugaban un papel muy importante en mi autoestima. Si eso depende de la valoración externa, de lo que los demás opinen de ti, estas condenada a la frustración y al descontrol».

Patricia ingresó a los 19 años en el instituto privado de Barcelona. En los dos años de terapia intensiva en la que estuvo semiapartada de su familia aprendió que «la vida es impredecible, que no podía controlarlo todo. Fue precisamente ese querer controlarlo todo lo que me llevó a perder el control y la comida era lo único que podía controlar». Por eso, decidió ejercer esa autoridad sobre sus menús diarios. «Hice una lista de alimentos prohibidos, sin consultar con ningún especialista, lo que yo pensaba que engordaba lo apartaba. Necesitaba estar perfecta. No aceptaba que mi cuerpo tuviera algún michelín, pero nunca estuve gorda, sólo me autoexigía para estar mejor».

Fue la madre de Patricia la que detectó las primeras señales de alarma, aunque ella siempre negaba que tuviera ningún problema. «Mi madre me reñía, el tema de la comida era foco de discusiones en casa. Mi vida era un engaño».

A Patricia le diagnosticaron anorexia en Barcelona, aunque antes había seguido tratamientos psicológico en León. «Pero no me funcionó. Allí tuve una terapia más específica. Al principio no podía salir, después, cuando evolucioné y estaba mejor, me daban permisos de fin de semana. Cada vez que volvía me controlaban el peso. Tenía terapias de grupo todas las mañanas e individualizadas una vez a la semana. Todo está muy profesionalizado». En estas terapias descubrió dónde pudo estar el origen de su problema. «Cuando tenía doce años a mi padre le diagnosticaron una enfermedad que cambió la dinámica familiar. Este cambio me afectó de una manera de la que yo no era consciente e influyó en mi relación conmigo misma y con la sociedad. Tuve que madurar muy rápido».

Más del 80% de los trastornos de la alimentación comienzan con una dieta. «Pero no sólo hay una causa que lo provoque. Las razones con multifactoriales», explica la psicóloga máster en trastornos de la conducta alimentaria, Laura Martín. «Cada vez hay más migraciones y los cuadros se complican. Un tercio de los casos que empiezan con anorexia pasan después a bulimia. Hay un grupo de trastornos de la conducta alimentaria no especificados (Tcane) que son un cajón de sastre de los trastornos que no cumplen un criterio».

Piden más recursos públicos

No todas las personas que padecen un trastorno de la alimentación pueden costearse un tratamiento privado. «Hay familias que se arruinan», asegura la presidenta de Apatca, Yolanda Gago. El seguro escolar cubre la mayor parte del tratamiento en el instituto privado de Barcelona y eso permitió a la familia de Patricia asumir el coste restante. Pero ¿qué pasa si las personas que padecen esta enfermedad no están en edad escolar?. «Pues que tu capacidad para curarte depende del nivel adquisitivo de tu familia», lamenta Patricia. Desde la asociación de León reclaman a la Consejería de Sanidad una unidad especializada para el tratamiento de los trastornos de la alimentación. «Se necesitan muchas terapias con el psicólogo, con psiquiatras e incluso ingresos hospitalarios de larga duración. En León hay una unidad infanto juvenil pero no es específica para este problema que va en aumento, los pacientes están mezclados y además está saturada», asegura Gago. «En la sanidad pública las terapias se planifican cada dos meses y eso no es ni suficiente ni eficaz. Con la gravedad y el aumento de casos es necesario un buen diagnóstico desde el principio. Se necesitan consultas específicas y un hospital de día». Entre el 1% y el 10% de las personas afectadas fallecen por complicaciones nutricionales o suicidios. El 10% de los trastornos se dan en menores de 13 años. «Hacer dieta está aceptado socialmente. En los colegios de León muchas niñas se ponen a dieta en grupo en determinadas épocas del año. Hay una presión social para la esbeltez».

Simplificar los trastornos de la alimentación en la negación de una persona a comer (anorexia) o a comer demasiado (bulimia) es minimizar el riesgo de un trastorno que tiene muchas aristas. «Los trastornos de la conducta alimentaria son complejos y surgen de la combinación de conductas presentes por largo tiempo, factores biológicos, emocionales, psicológicos... son multicausales».

El miedo al rechazo social y la vergüenza frena a las víctimas a pedir ayuda. Menos del 30% de los afectados (la mayoría mujeres) reciben un tratamiento adecuado.

Una de cada cien personas adolescentes padece anorexia nerviosa y un cuatro de cada cien, bulimia, según los datos ofrecidos por la psicóloga Laura Martín recogidos en el XIII Congreso Hispano Latinoamericano celebrado en Barcelona a principios de noviembre. «El desarrollo de la imagen corporal se inicia a los seis años y esa es la mejor edad para hacer prevención. Ser mujer y adolescente es el mayor riesgo».

La asociación Apatca ofrece asesoramiento y orientación a las familias que inician un proceso que dura, como mínimo, cinco años. La enfermedad se cura aunque hay entre un 1% y un 20% que persiste de manera crónica. La asociación ha atendido este año 28 casos, «aunque hay muchos más porque las familias van directamente a las consultas privadas sin pasar por la asociación».

La menopausia es otro ciclo biológico de riesgo para padecer anorexia. «El cambio hormonal hace que el cuerpo ensanche y hay mujeres que quieren controlarlo con dietas», aunque la psicóloga insiste en que «cualquier hito del ciclo vital al que no se adapte la persona puede desencadenar un trastorno de la conducta alimentaria».

Patricia reconoce que «el haber pasado por esto va a ser mi debilidad y mi talón de Aquiles»

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