Diario de León
Publicado por
Liturgia dominical JUAN CARLOS FERNÁNDEZ MENES
León

Creado:

Actualizado:

E l tema del amor de que ha de ser objeto Jesús por parte de sus discípulos es raro en los evangelios sinópticos. El relato de este domingo es quizá es el único sitio en el que Jesús solicita tal actitud. El tema aparece aquí en una conversación que trata de la misión de los Doce. Jesús no consiente en confiar su misión más que a aquellos que han optado por amarle más que a ningún miembro de su familia, más que a su propia vida; sólo a quienes han elegido «seguirle» a todas partes. Por eso hoy el evangelio nos enfrenta a una cuestión: nosotros, por seguir a Jesús, ¿qué estamos dispuestos a empeñar? A la hora de la verdad quizás muy poco: un rato para cumplir con el precepto dominical y poco más. Es posible que ni siquiera seamos capaces de renunciar a nuestro amor propio y a nuestros resentimientos, a un negocio no muy limpio, a una relación ambigua, a una buena posición, a un rato de televisión o de café para dedicarlo a la esposa o a los hijos, a una parte de nuestro tiempo para ocuparla en la plegaria y el apostolado... Si así fuera, es que no habríamos dado aún valor del Reino, a lo que Jesús y su Reino representan en nuestra vida.

Quien quiera seguir a Jesús debe tomar la cruz., pero conviene que esto se entienda bien. A veces se piensa que para contentar a Dios debemos fastidiarnos. El camino de Jesús es un camino de cruz porque es un camino de amor y de entrega. Amar siempre cuesta, porque significa des-centrarse, salir de sí mismo, entregarse, sacrificarse… Pero en un mundo marcado por el egoísmo, el pecado y, la mezquindad, amar es sumamente peligroso. La Cruz es la carga pesada que el mundo adverso impondrá sobre las espaldas de los que se comprometen verdaderamente con el bien y la justicia. Amar es el modo de perder la vida, para hallarla en el otro mundo transformada y purificada y para hallarla de forma plena en Dios. Somos crucificados, muertos y sepultados a semejanza de Cristo. Nuestra primera identificación con Cristo lo es en su muerte. Nosotros morimos con Cristo. La pila del bautismo es a la vez sepulcro y seno materno. Allí morimos al pecado para nacer a la vida nueva. Allí murió nuestro hombre viejo con su cuerpo de pecado para salir de aquella sepultura del agua como nuevas creaturas. El bautismo se orienta a la Eucaristía. Tanto, que decimos que la Eucaristía es la que redondea el ser cristiano. La Eucaristía es el encuentro personal con Jesús, a quien nos ha incorporado el bautismo. Ser bautizados que no comulgan es una contradicción. Deben venir a comulgar, no como bautizados a la fuerza, sino como quienes diariamente van bautizándose, van sometiendo a Cristo todo lo que aún no le ha sido incorporado, como puede ser la manera, todavía no suficientemente cristiana, de pensar, de hablar o de vivir.

tracking