Un catalán en el ‘gulag’ de Coyanza
Jaime Cusidó, prisionero en Valencia de Don Juan, dejó testimonio escrito de su paso por el campo de concentración que hubo en la localidad al final de la Guerra Civil. El investigador leonés José Cabañas saca a la luz sus cartas y Diarios..
Querida e inolvidable esposa:
Ayer recibí tu apreciada carta del 17 actual la que por su extensión y contenido me ha gustado mucho. Procuraré corresponderte en la forma que te mereces y por este motivo te escribo a mano en lugar de hacerlo a máquina, ya que de esta forma parece que queda más bien impreso lo que el pensamiento dicta a la pluma.
Continúo en la Oficina y estoy muy bien de todo, distraído, comiendo bastante bien (cuando venga y te lo cuente, casi no te lo creerás) e incluso duermo en la misma, que es una gran ventaja. Somos seis trabajando en la misma y hay mucha cordialidad y compañerismo. Son unos chicos muy alegres y pasamos los días todo lo más bien que se pueden pasar. Hay uno que es dibujante de profesión y me tiene prometido hacerme un retrato-dibujo. Ahora tiene que hacer otros que le tienen encargado y luego me hará el mío[1]. En cuanto esté ya te lo enviaré por correo certificado. Verás que “pinta” estoy hecho.
Acabo la presente porque van ya 4 páginas y el censor quizá se enfadaría, de manera que me despido de ti, cariño mío, hasta recibir tu nueva carta. Recibe muchos besos y abrazos del que nunca ha de olvidarte.
Jaime
ANA GAITERO | LEÓN
La carta de Jaime Cusidó Llbet a su esposa Manolita Muñoz, fechada el 29 de abril de 1939, forma parte del legado que este contable de Sabadell dejó como testimonio de su paso por el Campo de Concentración de Prisioneros y Presentados de Valencia de Don Juan en los últimos meses de la Guerra Civil.
Fue la última época de aquel campo que se pierde en la memoria coyantina. Los primeros prisioneros en llegar fueron los republicanos caídos en el frente Norte, en Cantabria y Asturias. La gente de más edad en Valencia de Don Juan recordaba a finales del siglo XX a aquellos hombres que querían comprar con ‘belarminos’, la moneda que acuñó durante la Guerra Civil el Consejo de Asturias y León con el nombre de su presidente, Belarmino Tomás. Los ‘Belarminos’ no valían nada en León. Apenas hay rastro de esta primera época del campo de concentración ubicado al sur de León, en la margen izquierda del río Esla, donde ya estaban muy arraigados los vínculos con Asturias.
Ahora sale a la luz en la última de su existencia. En 1939, en los últimos días de la contienda, llegaron presos trasladados desde los últimos bastiones republicanos. Entre ellos Jaime Cusidó Llobet y varios centenares de catalanes. Llegaron a las dos de la madrugada del 3 de marzo. La estación estaba oscura. «Nos da la impresión de que no sabían que tenían que llegar tantos forasteros pues no había allí nadie para recibirnos», anota Cusidó en sus Diarios. La pareja de la Guardia Civil llegó poco después para hacerse cargo y les mandaron a dormir en unos locales cercanos. «Como no hay ni una triste colchoneta para poder dormir, cada uno ha de arreglarse como puede, y al igual que en San Sebastián, hemos de descansar sobre el suelo, pero aquí es aún más duro pues el piso es de cemento», añade.
El sabadellense, de 34 años, permaneció recluido en el campo de concentración durante dos meses. La primera impresión cuando se levantaron «es muy agradable», al comprobar que no van a estar «encerrados a cal y canto y que podremos airearnos a placer en un descampado extenso que hay delante mismo del local en el que hemos dormido y que han habilitado para hacer un Campo de Concentración que ahora inauguramos nosotros».
Afiliados de la Falange hacían guardia fusil al hombro. Cusidó refleja el trato «respetuoso», «eso hace que respiremos un aire de libertad», y las miradas curiosas del vecindario «que han venido a ver el rebaño que formamos». Los barracones, cercados por una alambrada, se hallaban en los almacenes de los Talleres Casa Ponga, cuya fachada de ladrillo aún se conserva en la unión de la carretera de Pajares de los Oteros con la avenida Luis Alonso.
La chavalería hacía los recados para los prisioneros que disponían de algún dinero. «Van a comprarlo al pueblo y lealmente lo traen sin armar ningún engaño o ‘martingada’», escribe Cusidó. Una banda de música y muchachos con boinas rojas que hacían coros de canciones franquistas les amenizaba las noches.
En el viernes día 109 deja constancia de las «saludables excursiones» por el río, «que tiene por nombre Esla» y del gesto humanitario de una mujer llamada Mercedes a quien le pidió que le lavara la ropa a cambio de un poco de dinero: «Me dice que la escaldará y que no me preocupe, que cada semana vendrá a recogerme la muda».
El día 513 anota el fin del cautiverio: «Esta mañana el teniente jefe del Campo, don Eustaquio, nos ha entregado la documentación de la marcha y provisiones de boca para el viaje. Se ha despedido de cada uno de los ocho oficinistas que dejamos el campo». «Desde este momento ya so mos completamente libres (...) encargamos para celebrarlo, una comida en la fonda Esgueva», añade.
José Cabañas (www.jiminiegos36.com) andaba investigando cómo se vivió el golpe de Estado del 18 de julio de 1936, episodio que rastrea en toda la provincia en su libro Cuando se rompió el mundo, con la ayuda de Fernández Ponga. Este cartero jubilado le puso en contacto con la hija y nieta de dos prisioneros, Ángel Dalmau Ruiz y Andreu Dalmau Gambut que fueron a parar a este campo de concentración, donde llegó a haber hasta un millar de recluidos.
Montserrat Dalmau le habló sobre Cusidó «y otros vecinos de Sabadell que padecieron infortunios parecidos» y que conocieron Valencia de Don Juan a través de aquellas alambradas de los almacenes de Casa Ponga. Josep y Jaume Cusidó Muñoz, hijos de aquel soldado hecho preso tras la guerra, le entregaron los Diarios de su padre, en los que cuenta desde que fue militarizado, la retirada con el Ejército Popular de la República hacia Francia, el paso por los «oprobiosos» campos de internamiento en las playas francesas, en febrero de 1939, la repatriación y el regreso a la España de Franco por Irún.
«Tras una corta pero penosa estancia recluido en San Sebastián», Cusidó salió al Campo de Concentración de Valencia de Don Juan a primeros de marzo. Desde allí escribe a su esposa y a su madre cartas en las que al final remataba con un ¡Viva Franco! para tener contentos a los censores. El 5 de mayo salía por fin con destino a su casa y junto a su querida e inolvidable Manolita.