Vivir de prestado

Días antes de dar una conferencia, me preguntaron cómo quería ser presentada.

—«Periodista», dije.

—¿Nada mas?

Confieso que me quedé perpleja. Durante unos segundos, que se alargaron en los días siguientes, continué masticando la pregunta. ¿Nada más?

Nada más. Me basta con ser periodista. No necesito másters o tesis doctorales y me aburren esos currículos en los que los grises se eternizan sobre el vacío. Cada día me pongo delante del ordenador e intento desentrañar las claves de una realidad difusa y vulgarizada. Mi crédito es lo que debería interesar en una sociedad inflada por una burbuja de titulaciones que nada significan. Pero, no. Lo que de verdad vale es el artificio, una manera de estar en la sociedad basada en la inflación de vidas basura, en la impostación. Nos hemos convertido en una fake news andante, olvidando que la mentira es una forma de corrupción, que la decencia es el único crédito que nunca tendremos que devolver.

La degradación comienza con una pequeña mentira que crea lealtades en el clan. Esa es la araña que el grupo utiliza para atraparte en su red clientelar. Entonces, como decía Morgan Freeman en Cadena Perpetua, te institucionalizas: «Créeme estos muros embrujan, primero los odias, luego te acostumbras y al cabo de un tiempo llegas a depender de ellos».

La mayoría de las personas que se han criado en un partido político no son capaces de diferenciar el bien del mal. Están institucionalizadas.

Por eso, la ya ex ministra se indignó —«No todos somos iguales»— cuando le preguntaron por las semejanzas de su pretendido máster con el de Cifuentes, Pablo Casado cree que él no tiene que rendir cuentas y Pedro Sánchez ha mantenido oculta su tesis doctoral. Es la mentalidad grupal, que siempre vive de prestado. Eso es España, un lugar en el que abdicamos de nuestra capacidad de juicio para acomodarnos en la masa. Hemos elegido tomar la píldora azul. Es muy cómodo, pero nos invalida para reclamar daños y perjuicios.