Diario de León
Publicado por
GARCÍA TRAPIELLO
León

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Manda narices... los olores y sabores quebrantan la paz de la memoria porque casi siempre traen prendidos recuerdos ruidosos de un sitio, un momento, una gente. Ejemplo: si comes una ciruela claudia de las que tienen venillas rojas de borracha, ¿no se te va la memoria al viejo cirolar de tu abuelo en el pueblo, a la tienda de ultramarinos que había en tu calle donde la hija del tendero te hacía tilín o a la odiosa mermelada que tu madre embotaba para todo el año en aquellas ociosas tardes de agosto?...

Hay olores que son prólogo de lo feliz... y hay sabores que son timbales para despertar a los muertos.

Pero no todo lo que entra por la nariz o la boca es poesía. Hay también malos olores y malos sabores, aún más, y sólo nos recuerdan algún mal paso o feo lugar: ¿no hay comidas que nos saben a rancho cuartelero y perfumes que nos llevan al purgatorio de la anestesia?... el único truco está en saber huir a donde huela bien y a donde sepan mejor las cosas; siempre quedan sitios o manos; aunque también es cierto lo que dice el proverbio chino: «A nadie le huelen mal sus propios pedos».

Entre los sabores de temporaba que redibujan León al prologarse la otoñada rescato el de tomate mansillés que ahora casi es más de Reliegos... la ensalada de pimientos crudos (sin más) que una vez comí a «cucharada y paso atrás» con la nutrida cofradía de pastores de Joarilla de las Matas... el sabor del primer racimo de la parra del patio del pueblo o en la viña de Pradatope comiéndolo a mordiscos voraces y veloces para pintar de rubíes la camisa propia y la blusa ajena... las moras de alta zarza que aún puebla las sebes de la pradería del Torío... las peras de Carbajal que ya no existen... los pistos de Carola la de Aralla... las codornices estofadas de Amada en Barrios...

Y entre los olores de estas fechas anoto: sudor de tierra tras una chaparrada otoñal, humo de la primera lumbre de leña, el virgo flotante de la leche hervida, el aroma agrio de la sombra de la higuera... y los «dondiegos de noche» que perfumaban la sentada nocturna a la puerta de casa de la señora Honorina en Ruiforco.

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