Diario de León
Publicado por
GARCÍA TRAPIELLO
León

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Maravillas y prodigios esconde la historia, pero menos que fábulas delirantes que acaban convertidas en fuente primordial para el historiador ful o fantasioso, ese que orilla el rigor de su oficio porque le es más plácida o rentable la novela que le sale de suyo o por encargo, ese hurón de estantería que puede dar por fuente cierta el cronicón en pellejo que un noble encargó a un amanuense florido y exagerado o la palabra siempre falaz de cualquier moro pispo que venda motos, mitos o griales.

Un amanuense de esos fue quien en el s. XVII recibió el encargo de historiar la casa de Quirós, la más antigua de la nobleza asturiana, la que blasonaba su conocido lema «Después de Dios, la Casa de Quirós», y aunque no se tiene noticia de ella antes del s. XI, su adulador y desmedido cronista asegura que «este linaje es tan antiguo, que ya en su día la familia tuvo que vender dos quiñones para pagar el viaje de un emisario que enviaron urgentemente a Jerusalén para darle el pésame a la Virgen María por la muerte de su Hijo el Redentor», disparate madrugador que no hay dios que se lo crea, pero que cala en las almas cándidas y súbditas que verían ahí una incontestable muestra de la relación estrecha de los Bernaldo de Quirós con la corte celestial de la que lógicamente emana su poder terrenal legitimando su horca, su cuchillo, sus pernadas y sus cojones de fierro (ese cronista debió de propiciar tal orgasmo a los Quiroses cuando lo leyeron, que seguramente le pagaron el triple, le hicieron hidalgo y le nombraron archivero vitalicio de la empresa, qué menos).

El que quiera parecer grandón siempre encontrará en sus pasados algún brillo maleable y eso explica que haya hoy tanta gente yéndose a desescombrar historias en busca de glorias, identidades o legitimidades (el nacionalista, el más vicioso). Un ruego: rotulen en archivos y aulas este lema, «Prohíbese fabular, hacerse el tuerto y ser grandón». El que es grande de verdad suele ser modesto y no necesita demostrarlo, pero quien quiere parecerlo no cesa de pregonar grandonismos probables o falaces. Y así se les conoce.

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