Diario de León

Afectados

Nunca más solos

El Comité de Bioética del Hospital de León ha puesto en marcha un plan para paliar el sufrimiento de las víctimas del Covid-19 y de sus familiares en el último trance de la vida. Su intención es que el desgarro de la muerte tenga el consuelo de la compañía de los que se quedan

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S. Vergara | C. Fanjul
León

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Llegan y se van solos. Mueren sin siquiera el derecho a abrazar a sus hijos, a sus padres o a sus hermanos. En ocasiones, todo es tan rápido que los familiares ni siquiera tienen la posibilidad de asimilar que no volverán a ver a su finado, que no podrán despedirse, que la ceremonia del adiós, ese último homenaje que permite iniciar el duelo, tendrá que hacerse a puerta cerrada, en la más silenciosa soledad. Uno de los enfermeros de la zona de guerra reconoce que en muchas ocasiones, los enfermos fallecen sin que nadie se de cuenta. «Sí, les visitamos a las diez y cuando regresamos a la una, les encontramos muertos».

El Covid-19 ha generado un cambio en la perspectiva que los profesionales que están en primera línea de batalla tienen de la vida. Todos ellos coinciden en destacar que aquello que parecía imprescindible hace tres semanas ha pasado a un lugar irrelevante en su escala de valores. En el Monte San Isidro, hospital en el que trabaja Daniel han tenido desde el comienzo de la crisis alrededor de 170 enfermos por coronavirus. Allí llegan dos tipos de pacientes: los que por su edad y patologías previas no cumplen los criterios para ingresar en la UCI y los que ya han cumplido los 70 y no revisten mucha gravedad. «En mi día a día normal siempre me intereso por el nombre y la localidad de residencia del paciente porque de esa manera empatizas más con ellos. Ahora, sin embargo, trato de no pensar más que en el número de habitación que ocupan porque es muy duro pensar que morirán».

En el Caule hay en estos momentos alrededor de 39 pacientes críticos en la UCI

El enfermero reconoce que la angustia y el miedo enmarcan los rostros de cuantos están ingresados. «¿Cómo no van a tenerlo? Piensan que no saldrán de aquí y que, además, no tendrán el consuelo de un abrazo, de un beso antes de la partida, de que nunca volverán a ver a cuantos les ataban a la vida».

La Sociedad Española de Cuidados Paliativos recuerda que éstos son un derecho de las personas, «también en épocas como esta», y piden no permitir que «ninguna persona muera sola», ni «padeciendo dolor». Manifiestan su preocupación por que «el centro de la atención sea el virus y no el enfermo infectado» y que en los protocolos de atención «se olviden aspectos como la comunicación, la soledad, la despedida o los rituales».

Imagen de un celador con una enferma de Covid-19. DL

No es el caso en el Hospital de León. El comité de Bioética, presidido por el doctor Antonio Blanco, Mercadé, lleva desde el principio de la crisis tratando de evitar el sufrimiento de pacientes y familiares. Fruto de su trabajo, la Consejería de Sanidad aprobó el jueves un plan para evitar el aislamiento del enfermo en la recta final de su vida. Desde el viernes, el comité hace un seguimiento exhaustivo de los pacientes críticos y ofrece a su familia la posibilidad de que acuda a su habitación para pasar con el enfermo sus últimos momentos.

«Se va a permitir que una persona que designe la familia pueda acompañar al paciente en el trance final», explica Antonio Blanco Mercadé, presidente además de Bioética de Castilla y León.

Trauma triple

El jefe del Servicio de Psiquiatría, Francisco Rodríguez Fernández, explica que para la familia esta situación implica un triple trauma. «La muerte repentina, no poder despedirse y no saber si el cuerpo o las cenizas son realmente las de tu ser querido», explica. El doctor abunda en la idea de que la sensación es la misma que la de los desaparecidos

«Será un dolor que dejará una cicatriz para siempre», lamenta. Rodríguez advierte de que para poder elaborar el duelo es imprescindible la despedida. Por ello, considera que la decisión de Sanidad es una gran medida. «Es una decisión de salud pública que prevendrá muchas patologías que se desarrollarán cuando pase el confinamiento», defiende.

Quien decida entrar en la habitación del hospital tendrá que firmar un consentimiento informado por el riesgo de contagio

Quien decida entrar en la habitación del hospital tendrá que firmar un consentimiento informado por el riesgo de contagio que implica y seguir determinadas normas de protección. Blanco Mercadé hace hincapié en que el contagio del Covid-19 no es similar al ébola. «Hay un riesgo, pero no es tan alto como ocurre con esa enfermedad en la que la carga viral del muerto es altísima», tranquiliza.

«Habrá personas que decidan no acudir por miedo, pero ya hemos tenido un caso en el Virgen Blanca en el que la despedida física ha sido posible», manifiesta Juan Saracho, director médico del Caule. Además, desde el viernes, el Hospital de León cuenta con once terminales telefónicos cedidos por Orange gracias a la intermediación de un particular para que los enfermos estén en contacto visual con sus allegados. Dos de esos teléfonos están ya en el Monte San Isidro y los nueve restantes se han distribuido en el Princesa Sofía y el Virgen Blanca: «Uno por cada dos plantas», explica Saracho. El nuevo plan de Sanidad permitirá no sólo aplacar el dolor de los que se quedan sino la aflicción terrible del que es consciente que está a punto de irse sin despedirse. Hasta el momento, los profesionales médicos proporcionaban información al paciente acerca de su estado médico y, en los casos que no fuera posible, el médico hablaba directamente con la familia. A partir de ahora, todos los datos de la evolución de la enfermedad se transmitirán dos veces al día y, si la situación cambia de manera rápida y repentina, se llamará a la persona allegada con quien el Hospital haya estado en contacto desde el inicio del ingreso.

Una famiia se abraza. FERNANDO VILLAR

El viernes había 39 pacientes críticos en las UCI del centro universitario. Además, el director médico explica que hay fallecimientos a causa de la comorbilidad a diario, por lo que el comité de bioética siempre está operativo.

El doctor Mercadé reconoce que todo va muy rápido, que los profesionales sanitarios se enfrentan no sólo a jornadas maratonianas de trabajo, al cansancio y al miedo de contagiarse, sino que padecen el trauma de todos los enfermos que han muerto en soledad. «Los enfermos están incomunicados. Esto no se ha vivido nunca», explica Mercadé, que asegura que los médicos y enfermeras se han convertido en la familia de los pacientes.

Daniel explica que nadie es consciente de lo que ocurre dentro de los hospitales. «Cada día veo pasar a 40 personas delante de mi casa y me doy cuenta de que no la gente no quiere darse cuenta de la realidad a la que nos enfrentamos», lamenta el enfermero. Y subraya que desde el comienzo de la crisis no ha podido dormir más de tres horas seguidas. «Tengo sueños recurrentes sobre la enfermedad y los ingresados», lamenta al tiempo que se pregunta cuál será el mundo que nos aguarda tras el virus.

Y es que, aunque lo intentemos, es imposible sentir la conmoción emocional que la irrupción del virus ha tenido en la vida de los afectados. Como en el caso de Vicente Cordero, que tuvo la posibilidad de que voz de sus hijos y nietos dulcificara su despedida de esta vida. «El trato humano de los profesionales nos emocionó», asegura una de las nietas, que supo que ya nunca vería a su abuelo cuando un médico les llamó para pedir permiso para la sedación. «No estuvo solo. Durante la sedación, un enfermero le cogió la mano hasta el final», agradece. La siguiente escena de este drama fue la llegada de la urna con las cenizas de Vicente y una placa de porcelana con un número que daba fe de que en ese recipiente estaba el padre y el abuelo, de que todos los días de una vida se terminaron de golpe por el zarpazo del Covid-19.

«Estábamos en un mundo en el que no existía la muerte y ahora, cada día de vida es un reto», reconoce el capellán del hospital de León

La multiplicación de ingresos hospitalarios ha obligado a aumentar la presencia de sacerdotes en el Caule. En estos momentos son cuatro los curas que ayudan a suavizar el tormento espiritual y la sobrecarga mental que ha provocado el coronavirus. Junto al capellán, Óscar, trabajan desde el inicio de la pandemia Jesús ‘Chuchi’, Jeremías y José Luis. Todos ellos han convertido la primera línea de fuego en su misión.

«Nosotros tenemos que cumplir los protocolos del Hospital y no convertirnos en vectores de transmisión del virus», advierte antes de explicar que la imposición de los óleos en la extrema unción se ha suspendido. Añade que los sacerdotes no pueden traspasar la zona contaminada, por lo que el sacramento se ha sustituido por una indulgencia del Papa para todos los enfermos del Covid.

«Llevo doce años en este hospital y nunca pensé que vería todo lo que cada día ocurre. Estamos desbordados», asegura. El religioso reflexiona acerca de las grandezas que cada día presencia en su centro de trabajo: «Los profesionales tienen miedo ¿Cómo no van a tenerlo? Pero lo que más emociona es ver su capacidad para ponerse en el pellejo de los enfermos que sufren, a pesar del dolor y la angustia que eso les provoca», insiste.

Subraya además que, tanto desde el punto de vista personal como social, se nos había olvidado nuestra finitud. «Estábamos en un mundo en el que no existía la muerte y ahora, cada día de vida es un reto».

Una cadena de solidaridad para despedir a Vicente

A Vicente Cordero lo subieron al Hospital consciente de lo que le pasaba y de lo que le iba a pasar. Allí, en la puerta del Caule, su familia le perdió la pista. Durante esas horas en las que no supieron nada de él, Vicente, que ya había pasado una guerra y lo suyo, se convirtió en paciente de Covid-19. Confirmado. Estaba infectado. Así que lo derivaron al Monte San Isidro. Y ahí empieza una increíble cadena de solidaridad que permitió su despedida.

Siempre se conoce a alguien que conoce a alguien. Así supo la familia Cordero que el abuelo había dado positivo, que recibía tratamiento y que el asunto no pintaba bien. Las dos doctoras que llevaron su caso sacaron tiempo para informar puntualmente a sus familiares. «El trato humano fue impresionante, nos ha emocionado», cuenta Laura Cordero en nombre de su familia.

Por la tarde, un enfermero al que ni siquiera conocen se puso en contacto con ellos. Les ofrecía la posibilidad de grabar un audio de despedida y que se lo enviaran por whatsaap a su teléfono personal. Él se encargaría de que Vicente lo escuchara. Mandaron dos audios. Uno se repitió. «Nos dijeron que era demasiado triste, que había que hacerlo de nuevo». Poco antes de medianoche, recibieron un mensaje. Escueto, doloroso y consolador. «Recibido y escuchado», decía simplemente.

De Vicente Cordero se despidieron todos. Hasta los niños. Un mensaje breve, de cariño y respeto. Y unas palabras de aliento, «ánimo, que de esta sales», entrecortadas por un llanto disimulado.

El viernes a las 11 de la mañana, recibieron la llamada que tanto temían. Les pedían permiso para sedarlo. No se podía hacer nada más. Solo que muriera en paz.

Pero ellos querían algo más, que no muriera solo. Y no lo estuvo. Le cogerían de la mano mientras lo sedaban, les prometieron. «Aquí no dejamos que nadie muera solo», les dijeron. Y así, con esas manos ajenas que contenían el amor de toda su familia, se fue Vicente.

El sábado, un empleado de Serfunle, con guantes y mascarilla, llamó al timbre de la casa de Laura Cordero. Traía las cenizas de su abuelo, los documentos, el pésame y una pastilla con un número. 3079S. Una vida arrebatada por el virus.

«A todos ellos, al enfermero, las doctoras, los médicos y sanitarios del Monte San Isidro y el Hospital de León, al conductor de la ambulancia, al celador, al personal de la funeraria, a todos los que han estado con nuestro abuelo en sus últimos momentos, nuestro agradecimiento y nuestro reconocimiento. Nuestra gratitud será eterna», dice Laura. Y coge la pastilla con la numeración de Vicente Cordero Ibán, su abuelo, entre sus manos.

El adiós a distancia de Milagros

Empezó con un catarro, luego un pico de fiebre, apenas nada, y al final la tos. Esa tos que preocupa y asusta, que da la alerta. Llamaron de la residencia donde vivía Milagros. Que estaba atendida y que no, que no podían entrar, nada de visitas. Quince días así, con las noticias a cuenta gotas. Y con la angustia de no poder hacer nada más que esperar. Milagros murió aislada en una habitación de la residencia de abuelos donde vivía. En el tanatorio Los Jardines, dos de sus hijos firmaron los papeles, no les dejaron ver el cuerpo. Eligieron una caja, una flores y redactaron la esquela.

«Fue todo a distancia», cuenta la familia. «Todo tan frío, tan doloroso…». El domingo 29 de marzo, a las 12 de la mañana, ocho personas rezaron un responso con el cura en el cementerio de Trobajo y los restos de Milagros fueron inhumados. Todos a tres metros de distancia de la tumba. «No nos pudimos acercar», recuerdan. «No nos pudimos ni abrazar».

Les queda, aunque sea en el fondo, una duda que produce desasosiego y no les permite cerrar del todo el duelo. «Quiero creer que a quien hemos enterrado es a mi madre», dice uno de sus hijos.

La familia espera que todo esto acabe para rendirle homenaje. «Toda una vida de trabajo y esfuerzo para acabar así».

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