Diario de León

TELEFONISTAS Y RADIONOVELAS

Nació en una era convulsa, en plena república, en vísperas de varias guerras. Tiempos de dificultades, sacrificios y esfuerzo. Así fue la vida de Antonio Díaz Carro y así la recuerda

DR23P8F12-11-36-03-2.jpg

DR23P8F12-11-36-03-2.jpg

Publicado por
León

Creado:

Actualizado:

Otro medio de transporte –además de los mencionados en el artículo anterior– era el utilizado para comunicar las cabeceras de comarca con la capital a través de autocares o ‘coches de línea’. Varias empresas tenían adjudicada la concesión de determinadas líneas con las condiciones que marcaba el gobierno. Una de las más destacadas era la de Fernández, que llegó a disponer en León de una estación de autobuses propia con servicios variados. Había líneas recorridas con pequeños autocares que disponían de primera clase, en la parte delantera del vehículo, y segunda, en la trasera. También ofrecían un habitáculo para animales, por lo general cerdos, situado en la parte baja y posterior. El techo estaba ocupado por una baca para equipajes y mercancías, e incluso por un banco para viajeros.

Muy popular fue la anécdota, que situaban cerca de Valdeorras, sobre un pasajero que, estando completo el autocar, encontró acomodo en el banco de la baca, donde habían colocado una caja de difuntos con el resto de los equipajes. Como quiera que en el trayecto comenzó a llover, el citado, que al parecer no era nada aprensivo, se resguardó dentro. En la siguiente parada, subió también a la baca un par de pasajeros. Un rato después, el señor de la caja abrió ligeramente la tapa y sacó la mano para comprobar si había parado de llover. Los otros dos ocupantes, atónitos, tras ver la mano del ‘difunto’, se arrojaron en marcha del vehículo.

Así nos desplazábamos entonces; ni siquiera en sueños aparecían los grandes ómnibus, ni los talgos u otros trenes de alta velocidad.

El CORREO

La correspondencia fue durante muchos años la única forma privada de comunicarse de persona a persona; cierto es que existían también el teléfono y el telégrafo, pero eran instrumentos caros y poco prácticos. Las cartas, sin embargo, con sellos de escaso valor, permitían escribir hojas y folios sin tasa. Eran, sin duda, una fórmula ideal para solucionar el problema de comunicación de los noviazgos a distancia. Y tras escribirlas se echaban, casi siempre con prisa, en el buzón más cercano.

En Madrid, la gran casa de Correos –hoy Ayuntamiento– disponía de tres grandes buzones de bronce que representaban la cabeza de un león, para correspondencia local, nacional e internacional. El buzón más antiguo de España data de 1743 y se conserva en una casa, que antes fue mesón, de Mayorga (Valladolid).

La espera del cartero con la respuesta no estaba exenta de grandes dosis de ilusión. En los pueblos iban cargados con enormes carteras y avisaban de la llegada del correo con un silbato. Si las casas tenían varias alturas, los pitidos servían para señalar el piso del destinatario: uno para el primero, dos para el segundo, tres para el tercero… Y no era raro que les solicitaran la lectura de las misivas cuando el receptor era analfabeto.

TELÉGRAFO Y TELÉFONO

El telégrafo sólo se utilizaba para mensajes cortos: felicitaciones, pésames o noticias de urgencia. La factura dependía del número de palabras. Eso sí, era muy rápido y sólo disponía de oficinas en poblaciones de cierta importancia.

En cuanto al teléfono, había que solicitar el servicio a la compañía, que tardaba varios meses en conceder línea y aparato (todos eran negros). En mi pueblo se identificaban con cifras, hasta un máximo de tres. El 1, correspondía al Ayuntamiento; el 2, a la fábrica de licores; el 3, a la Guardia Civil. No recuerdo más, salvo el nuestro y el de algún amigo cercano. Las llamadas se hacían a través de una telefonista que dirigía el tráfico desde la centralita. Las conferencias a otras poblaciones se hacían eternas: «Hay dos horas de demora, cuelgue y le avisaremos…». Y las dos horas se convertían en tiempo indefinido.

En cierta ocasión, desde León tuve que ponerme en contacto urgente con un cliente conocido como ‘el rubio de Quintana’. Llamé a la centralita para que me pusiera en contacto con el teléfono del citado; la operadora –conocida– me alertó de que había salido de casa hacia el bar ‘El Gaitero’. Así que le solicité que me pasara con él en ese lugar. Y, en efecto, allí estaba ‘el rubio’ y así pude contactar con él. Ciertas ventajas en los servicios de entonces que hoy nos parecerían tercermundistas...

LA RADIO

Otra forma de comunicación, si bien de carácter general, era el aparato de radio. Única forma de que entrara en casa el mundo exterior. El primero que llegó al pueblo, según mis noticias, fue el del boticario, que decían era de galena. Por él conocíamos los números premiados de la lotería de Navidad. A través de aquellas bonitas cajas de madera, escuchamos la retrasmisión de la Copa Mundial de Fútbol en julio de 1950, cuando España ganó a Inglaterra, ‘la Pérfida Albión’, por 1 a 0, con el famoso gol de Zarra, cantado por Matías Prats, padre.

Eran muy populares los programas de ‘Cabalgata Fin de Semana’ que presentaba el locutor chileno Bobby Deglané y más tarde por José Luis Pécker. Recuerdo que, a las cinco de la tarde, en el taller de costura de mi madre, al que asistían quince o veinte chicas, se imponía un silencio sepulcral, pues empezaba el serial de Guillermo Sautier Casaseca, ‘Ama Rosa’, melodrama protagonizado por la voz grave de Dicenta y la cálida de Pedro Pablo Ayuso. Los corazones sensibles no podían reprimir las lágrimas.

LLEGA LA TELEVISIÓN

La televisión llegó a finales de los 50. Primero, a los escaparates de los locales donde se vendían… Porque eran muy caras. Años después se introdujo en los hogares con la famosa carta de ajuste, una especie de rueda con radios para fijar la imagen de forma conveniente. La programación era muy pobre, con un sólo canal en blanco y negro y sólo a horas determinadas (terminaba a las doce de la noche con el himno nacional).

Se comentaba entonces que en América disponían de muchos canales que proyectaban día y noche. Y a las señoras les parecía imposible, porque dudaban que quedara tiempo para hacer las faenas del hogar. Hoy, con más de cien canales… no se ha hundido el mundo.

tracking