Diario de León

Cornada de lobo

Del fierro a la buena hierba

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León

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Si tuviera que perderme en alguna tienda, jamás me busques entre ropas, zapatitos o bazares. Vete a una ferretería. Y de la ferretería, el sótano, la trastienda, el rincón oscuro de bombilla errante en cuyos estantes duermen cadenas y puntas, cepos, armas de trabajo y herramientas del ingenio, ese retablo de lo útil y lo práctico en el que se santifican fierros, ferrerías, herrajes y herraduras. El cosmos de una ferretería es el resumen perfecto de su época: navajinas, fallebas, tuercas, alicates de hocico de ratón, hociles, alambreras, cazuelonas, loza vieja, candados, tiradores... Y el ferretero: blusón y mostrador de madera, vista aguzada, enemigo de lo forroñoso, prosapia de viejo tendero... y luces para la poesía, que esto parece ocurrir con los ferreteros villafranquinos (Pereira se ha tenido siempre por tal, teniendo, como tiene, una talla de escritura inalcanzable), pues en Villafranca del Bierzo descolla otro que declina hacia el folio y a la imprenta cuando echa la trapa del negocio y alumbra libros y recuerdos. Santiago Castelao Diñeiro acaba de publicar un nuevo libro sobre la memoria fotográfica de Villafranca, un entallado retablillo de imágenes y tiempos muertos que aquí vuelven a vivir, fotos, instantáneas, rostros, celebraciones y sucesos, gente de calle y panoplias familiares navegando juntas en las mismas páginas. Me admira ver a un ferretero en estas lides inyectando en el empeño un entusiasmo cultural que no se ve en quienes tienen la obligación de hacerlo. A ferreteros así hay que mimarlos. Me vino también el gozo del libro de la mano de Manuel Durruti, que acaba de publicar otra de sus obras botánicas, «Hierbas comestibles», bienes públicos que crecen en baldíos y montes, regueras o prados, alternativa eterna para aliviar la cartera y engordar la salud. Durruti sabe un montón de químicas vegetales, sabio en su huerto, rescatador de viejos saberes. Y recordé entonces a vieja fábula: «Cuentan de un sabio que, un día, tan pobre y mísero estaba, que sólo se sustentaba con las hierbas que cogía. ¿Habrá otro entre sí, decía, más pobre y triste que yo? Y cuando el rostro volvió, halló la respuesta viendo que otro sabio iba cogiendo las hierbas que él arrojó». Este libro es un zurrón de respuestas.

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