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León

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—Para Ana, para Laura, para... —

Estamos a final de noviembre, se intuye el ambiente navideño. Esta cercanía nos invita a pensar en lugares a los que regresar en personas que nos quieren y a las que queremos. La Navidad implica felicidad, pero no siempre es así. El sufrimiento por la ausencia de un ser querido puede estar muy presente.

Mis palabras quieren ser un espacio para el no olvido de ese dolor que se guarda. Siempre habrá unos ojos que miren a una silla vacía y un corazón que no se puede subir al tren de la alegría; ese dolor no puede quedarse sin oportunidad, necesita oídos.

En una sociedad que apenas habla de la muerte es complicado hablar del duelo; son conceptos ‘de interior’. El silencio del duelo se vive en soledad. Es como si existiese una norma de educación no escrita que nos empuja a no ser aguafiestas, a silenciar y aislar nuestro dolor, a no ser un alma triste visible, a vivir en silencio todo eso que no nos cabe de tanto como nos duele.

Las personas no podemos vivir al margen del sufrimiento, existe; pero nadie nos enseña a sufrir. Tampoco sabemos cómo estar al lado del que sufre, no sabemos qué decir ni qué hacer. Duelo y sufrimiento son un tabú más, y como tal, se viven en el más absoluto de los silencios.

El duelo es un camino en torno a la gran pregunta que es la muerte de un ser querido. A priori parece no tener respuesta. El duelo es el camino que tendrá que hacer un corazón derrumbado. Es continuar con una vida aparentemente feliz a pesar del dolor.

Es también un destino hacia la serenidad; es la brújula que va señalando hacia donde dar un nuevo paso cada día. Al recorrerlo la persona va encontrando sus pequeños grandes consuelos, una mirada más sabia y un equilibrio emocional arraigado. Sin embargo, el inicio de ese camino es un salto al vacío a menudo imposible de abordar. Necesitamos ayuda, necesitamos compañía.

No dejemos solas a las personas que atraviesan un duelo. La simple presencia de nuestro silencio es el consuelo más necesario. La peor de las circunstancias es la soledad; la voz del sufrimiento debe ser siempre escuchada para poder superarse, para poder significarse. Seamos oídos; esa es siempre la mejor forma de acompañar.

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