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León

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josé enrique martínez

La adolescencia es etapa de descubrimientos. Para algunos supone la revelación de la poesía con fervor incondicional y con una entrega tan duradera como la propia vida. Es el caso de la leonesa Isabel Llanos, aquella alumna mía trazaba ya renglones que acaso velaba pudorosamente. La temprana llama poética aflora en este «Libro de reclamaciones», publicado a finales del pasado año, y queda sintetizada en «Poesía», breve composición que comienza: «Sólo tan eso: /todo»; no cabe mayor ponderación de lo que significa para la escritora la poesía: todo. Y sigue el poemilla: «También, ahora», es decir, antes y ahora y siempre. Pero son los versos finales los que implican a la poesía en el ser y el existir de la poeta: «Cuando ella es, / yo soy». En otro caso, cuando todo se oscurece, la poesía es salvación: «La escritura me sujeta cuando miro al abismo y el abismo me mira a mí»; o cuando se ha experimentado el dolor y el riesgo o cuando se expresa no sé qué honda herida en estas turbadoras palabras: «¿Has conocido alguna vez la llaga? ¿Aquella que nunca cicatriza, y cada vez y más ácida corroe en las dos direcciones: hacia dentro y hacia fuera? Ya nada quema. Ya nada duele porque duele todo».

Este «Libro de reclamaciones» avanza mirando hacia lo hondo, hacia la indagación en el yo más profundo; de ahí que la primera parte se titule «Libro del yo», el de una «Náufraga» -así se titula un poema-, una náufraga del vivir, pero que se aferra a la vida, con voluntad de alcanzar la orilla, «cualquier orilla, mientras sea tierra firme». No es un clima placentero el que emerge del poemario, sino voluntarioso y rebelde: «No detenerme ni con la muerte. / Nunca. / Y ahora menos. / Ahora». Son varios los poemas que dan voz a ese sujeto voluntarioso que pase lo que pase, y aunque no pase nada, quiere vivir. No faltan poemas en los que predomina el desánimo, pero se trata de sobrevivir, palabra esa reiterada en el libro de Isabel Llanos. Uno de los poemas de mayor interés de esta primera parte es «Semillas»: «Los llaman recuerdos, / y no son. Son solo semillas». El recuerdo ha muerto, pero la semilla es esperanza. Una segunda parte es el «Libro del tú», del yo y el tú marcados por lo que fue, sueño, deseo, amor, desamor, idealización. «La verdad sabe a sandía» se dice; imagine el lector adónde le llevan estas palabras que guían el prólogo de Jesús Aguado, que califica el poemario de «mágico y feraz», por lo que es y por lo que será.

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