Diario de León

Los cómplices impunes de la barbarie nazi

l David de Jong presenta ‘Dinero y poder en el Tercer Reich’

El escritor David de Jong

El escritor David de Jong

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miguel lorenci

David de Jong es el autor de Dinero y poder en el Tercer Reich (Principal de los Libros), ensayo que se lee como una novela y que desvela la intrahistoria de las dinastías más ricas y poderosas de Alemania: BMW, Oetker, Porsche, Varta, Krupp, Daimler Benz, Siemens, Allianz, Volkswagen o DWM entre otras. Y de magnates como Günther y Herbert Qandt o Friedrich Flick, en las antípodas de Oscar Schindler. «Cabe decir que a todas les salió gratis, y eso que recorrieron un largo camino desde que Hitler llegó al poder hasta el final de la guerra», explica De Jong, periodista económico que ha estudiado en detalle el origen y evolución de estas grandes fortunas que, lejos de empequeñecerse, medraron con la guerra y gracias a la genocida barbarie nazi. Calcula que entre todas tuvieron «entre doce y veinte millones de trabajadores esclavizados de toda Europa en fábricas o minas». Y que lo hicieron «sin ningún coste». «La guerra no es negocio rentable para nadie, pero lo fue para ellos, que dispusieron de esclavos casi gratuitos y al final ganaron mucho más que lo que perdieron con la contienda», señala.

De Jong demuestra cómo la mayoría de los empresarios quedaron impunes. Y eso que un acuerdo entre Alemania y Estados Unidos creó en 1999 un fondo de cinco mil millones de dólares para las víctimas de las atrocidades en las que colaboraron. La mitad la puso Alemania y la otra mitad ochenta empresas como Siemens, Thyssen o BMW. «Lo grave es que no tuvieron que asumir culpa o responsabilidad moral alguna. La indemnización más alta recibida por un trabajador esclavo no pasó de los 8.000 dólares», lamenta De Jong. Empezaba así un «efectivo proceso de blanqueo que siguió a lo largo de todo el siglo XXI».

La mayoría de las familias «fueron oportunistas y ya eran muy ricas antes de la guerra. Algunos prosperaron en la República de Weimar, otros con la llegada de Hitler y casi todos con la guerra. Pero sorprende que siguieran prosperando bajo cualquier sistema, cuando llegó la Guerra Fría y con la democracia».

De Jong señala a los Oetker —los de las pizzas Dr. Oetker— como «los más colaboracionistas». Como todas las grandes corporaciones y familias que ha investigado «fueron cómplices de las atrocidades nazis». «Colaboraron con las SS y muchas de ellas construyeron campos de concentración junto a sus fábricas aprovechándose de los prisioneros de los grandes campos de exterminio». La compañía química IG Farben lo hizo con los prisioneros de Auschwitz; BMW con los de Dachau; Daimler Benz con los de Sachsenhausen; Siemens con Ravensbrück y Volkswagen, Porsche y Dr.Oetker con Neungame.

«Tenían, además, sus campos satélite junto a sus fábricas y pagaban a las SS por la fuerza de trabajo: seis marcos por un trabajador especializado y cuatro por uno no especializado. Los vigilaban en las fábricas, les disparaban, les ahorcaban, carecían de atención médica cuando sufrían amputaciones al trabajar con maquinaria pesada. La alimentación era penosa. No eran trabajadores, eran meros esclavos», reitera De Jong. Asegura que de todos los empresarios filonazis, el más siniestro, perverso e infame beneficiario de la barbarie del III Reich fue Freidrich Flick, el alemán más rico durante cuatro décadas, que controló en el nazismo un emporio de acero, armas y carbón. «Fue el único juzgado y condenado en Nuremberg. Sentenciado a siete años, solo pasó tres en la cárcel. Arruinado, reestructuró sus empresas y era ya accionista mayoritario de Mercedes Benz en los sesenta. Murió en 1972, con una fortuna equiparable a la de los Getty o la de la estirpe real de Arabia Saudí». Tras la guerra casi todos los empresarios se declararon «apolíticos o antinazis». Dijeron que no tenían elección ante Hitler. «Pero sí la había. Fritz Thyssen, padre del barón que vendió su colección de arte a España, era miembro del partido nazi. Votó en contra de la ocupación de Polonia en el parlamento. Debió huir a París, donde le arrestó la Gestapo. Desde luego que había elección pero con consecuencias».

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