Diario de León
BENITO ORDÓÑEZ

BENITO ORDÓÑEZ

León

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Más de 9.000 ejemplares procedentes de la provincia de León se conservan para investigación en el Museo de Ciencias Naturales del Consejo Superior de Investigaciones Científicas de Madrid (MNCN-CSIC). El más antiguo es una palobotánica del año 1.820 y un escarabajo encontrado en Busdongo que dio nombre por primera vez a toda una especie.

Rafael Zardoya (San Sebastián) dirige el museo desde el año 2021. Es profesor de Investigación en el museo, se doctoró en 1994 en la Universidad Complutense de Madrid y realizó una estancia postdoctoral entre 1995 y 1997 en la Universidad del estado de Nueva York en Stony Brook. Desde 2019 es miembro de la Academia Europea. Su trabajo como científico gira en torno al estudio de los procesos evolutivos implicados en el origen y mantenimiento de la biodiversidad. Estudia los caracoles cono, que viven en zonas tropicales de todos los océanos y son famosos por la diversidad de colores de sus conchas y los venenos que producen. Tiene una fuerte vinculación con León. Desde hace más de 30 años pasa sus veranos en Sena de Luna.

—¿Qué trabajo realizan en el museo?

—Los museos de ciencias naturales nacen en el siglo XVIII a partir de los llamados gabinetes de maravillas o de curiosidades y reflejan el ideal de la Ilustración de aunar ciencia y arte bajo un mismo techo. El Museo de Ciencias Naturales que primero abrió al público, fue el de Madrid en 1776. La mayoría de las capitales europeas cuentan con un museo de ciencias naturales. Los más conocidos son los de Londres, París, Bruselas, Berlín, Estocolmo, Copenhague o Viena. Estados Unidos cuenta con museos de ciencias naturales muy importantes en Nueva York, Washington, Boston y Chicago. Los directores de todos estos museos se reunieron en octubre del 2022 en Madrid para celebrar los 250 años de nuestro museo. Todos tienen una estructura y funcionamiento similar y trabajan en red formando consorcios internacionales. Por un lado, se realiza investigación encaminada a conocer los procesos que ocurren en la naturaleza y así poder conservarla, siendo esta actividad más importante que nunca en una época de gran crisis medioambiental. Además, los museos de ciencias naturales tienen como misión preservar el patrimonio natural en forma de colecciones. Otro trabajo es la divulgación de los conocimientos científicos al público general y la educación en el respeto a la naturaleza de las futuras generaciones.

—¿Cuántos profesionales trabajan en el museo?

—En nuestro museo trabajan aproximadamente todos los días unas 270 personas, un tercio investigadores de plantilla y el resto personal de apoyo a la investigación, conservadores de colecciones, profesionales de la comunicación, expertos en exposiciones y administrativos. La investigación del museo está estructurada en tres grandes áreas interconectadas, el conocimiento de la diversidad animal y los procesos evolutivos; los estudios de ecología, conservación y el cambio global; y la comprensión de las dinámicas de los procesos geológicos.

—¿Cuántas personas visitan cada año el museo y qué es lo que más llama la atención?

—El museo recibe anualmente más de 350.000 visitantes, de los cuales un tercio proceden de colegios y el resto se corresponde con familias los fines de semana y turistas en las épocas veraniegas. Los visitantes se sorprenden al ver las grandes diferencias de tamaño de unas especies a otras, las formas y colores sin fin que podemos observar hoy en la naturaleza o que existieron en el pasado y se han extinguido.

—¿En qué proyectos de investigación colaboran actualmente?

—Las dos investigaciones clásicas asociadas a los museos son la taxonomía y la mineralogía que tratan de clasificar los organismos vivos y las rocas., respectivamente. El estudio de estas dos disciplinas se ha diversificado y complementado con otras muchas de las ciencias biológicas y geológicas que nos permiten proponer una aproximación integral al estudio de la naturaleza y la repercusión negativa que tiene el hombre sobre ella. Nuestra investigación se ha sofisticado considerablemente utilizando las técnicas más modernas como pueden ser la genómica, la tomografía computarizada, la espectrometría de masas, la espectroscopia Raman, la cromatografía líquida de alta resolución, teledetección e imágenes de satélite, etc. Todo ello produce lo que se ha venido en llamar big data y que requiere de complejos análisis informáticos (incluido el aprendizaje profundo) y estadísticos. Nuestra investigación abarca todo el planeta desde el estudio de pingüinos en la Antártida a fósiles de Neandertal en Asturias, pasando por microorganismos en ambientes extremos, los invertebrados marinos del mar mediterráneo, o las paleo-crecidas de ríos en África.

—¿Cuántas piezas conserva el Museo de Ciencias Naturales de Madrid de la provincia de León, de qué zonas y cuáles son las que más valor tienen y por qué? ¿Y la más antigua?

—El museo tiene en sus colecciones diversas piezas procedentes de León, destacando los fósiles del Bierzo y la Omaña, así como los mamíferos y rapaces de la montaña leonesa (desde Riaño hasta Villablino) o del Bierzo y peces de la mayoría de los ríos leoneses. Además, tenemos varios holotipos (ejemplares a partir de los cuales se denomina una especie) de insectos, como un escarabajo encontrado en Busdongo. De la parte geológica, destaca el famoso meteorito de Reliegos que cayó en 1947. La más antigua es una palobotánica del año 1820, de la que hay 908 ejemplares.

—¿Tienen relación con la Universidad de León?

—El museo pertenece a la Agencia Estatal Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) y como tal colabora con numerosas universidades a nivel nacional y con centros de investigación internacionales. En concreto con la Universidad de León, no me consta que tengamos ahora mismo ningún proyecto científico conjunto en activo. Cualquier estudiante que haga una tesis doctoral en el museo puede elegir los programas de doctorado de la Universidad de León y adscribir su tesis doctoral a la ULE. El Museo lidera una red nacional para coordinar la digitalización de las colecciones científicas y la Universidad de León acaba de inaugurar su museo (MULE) por lo que podría perfectamente integrarse en esta red, como ya lo han hecho otras.

—Según estos restos conservados ¿cómo definiría el peso de la provincia de León dentro del museo?

—El peso de la provincia de León es similar al de otras españolas. El número de entradas en las colecciones depende principalmente de si algún experto ha trabajado en un grupo determinado en una región concreta. En el caso de León, han pasado por allí en las últimas décadas paleontólogos, ictiólogos, ornitólogos, etc. del museo y ello queda reflejado en el tipo de material guardado. Si hay donantes particulares de una provincia en concreto esto queda reflejado en una mayor proporción de piezas en las colecciones, pero no es el caso de León.

—¿Cree que en León hay todavía ejemplares ocultos por descubrir?

—La provincia de León es muy rica en biodiversidad y muchas zonas permanecen bien conservadas. Presenta hábitats muy diferentes como son el páramo o la montaña, pasando por unos ríos que en sus tramos alto siguen estando bastante prístinos. Todo ello hace, que sea una región en la que queda mucho por descubrir, pero también no olvidemos que la montaña es uno de los ecosistemas más frágiles al cambio climático y las tierras de campo a la contaminación química.

—¿Cómo llegan las piezas al museo?

—En los comienzos del museo, los ejemplares procedían de grandes expediciones por tierras de ultramar. En la actualidad, los investigadores realizan muestreos en diferentes partes del mundo para traer especies interesantes desde el punto de vista científico. Se reciben numerosas donaciones de particulares, con piezas de gran valor expositivo. Nuestro presupuesto no nos permite comprar piezas en el mercado.

—¿Qué considera más importante de la evolución del museo en estos más de dos siglos de historia?

—Nunca llegó a tener una sede definitiva acorde con el tamaño de sus colecciones (más de 10 millones de ejemplares) ni de su nivel investigador, pero ha sabido adaptarse a los tiempos, incorporando tecnologías modernas y generando nuevas narrativas acorde con las necesidades de la sociedad. En la actualidad, tiene un merecido reconocimiento a nivel internacional como centro de investigación de excelencia y en España es conocido por ser pionero e innovador en el terreno de la divulgación y las actividades educativas. Nuestras exposiciones son dignas pero guardan un inmenso potencial que solo requiere ampliar espacio e implementar las realidades virtual y aumentada con la ayuda de mecenas.

—¿Cómo se establece la colaboración entre los investigadores y los distintos museos?

—Como he mencionado, el museo pertenece al CSIC, que es la principal institución científica española. Dentro del CSIC, el museo colabora con el Rea Jardín Botánico, la Estación Biológica de Doñana, el Instituto de Ciencias del Mar de Barcelona y un largo etcétera de centros, lo que permite plantear proyectos de carácter interdisciplinar. Además, el museo colabora con los demás museos europeos a través de un consorcio internacional que le permite acceder a proyectos europeos de gran calado como, por ejemplo, la digitalización de las colecciones científicas y la creación de un único portal en internet desde el que se accederá a todas a ellas y permitirá realizar los análisis de «big data» necesarios para contrarrestar la crisis medioambiental.

—¿Qué pieza del museo es la joya de la corona?

—Hay varias, pero si hay que destacar una es el Megaterio, un perezoso gigante fósil que fue descubierto en Argentina en 1787 y se trajo al Gabinete de Historia Natural, siendo exhibido al público que nunca había visto un vertebrado fósil de ese tamaño. Un dibujo del megaterio hecho por el conservador del Gabinete, Juan Bautista Bru, permitió en París que el paleontólogo George Cuvier describiera el fósil como una nueva especie sin haberlo visto directamente. La existencia de fósiles como este fue determinante para probar la Teoría de la Evolución de Darwin en 1859.

—¿Cómo han notado el cambio climático?

—Nuestro museo ha estado incorporando ejemplares a sus colecciones durante más de 200 años, desde tiempos preindustriales y antes del cambio climático acentuado en los últimos años. Podemos, por lo tanto, comparar como eran las distribuciones de los animales con anterioridad a la fuerte presión humana actual y así saber, por ejemplo, que pérdida de variabilidad genética ha habido, cómo se están adaptando las especies, los orígenes de especies invasoras o los focos iniciales de zoonosis. Con respecto a qué hacer para atenuar (ya no podemos impedirlo) el cambio climático y evitar los riesgos asociados, es seguir las recomendaciones basadas en análisis científicos de los informes del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC), que son los que se presentan a las cumbres internacionales y o bien no se llegan a aprobar o si finalmente se acuerdan, luego no llegan a implementarse en su totalidad. La ciudadanía puede modificar sus hábitos para que sean más sostenibles (por ejemplo, minimizar el uso de plásticos o ahorrar agua, energía, etc.) pero sobre todo debe presionar a sus gobernantes para que tomen las medidas recomendadas por los expertos y se consiga realmente limitar en el año 2050 el incremento de la temperatura media del planeta a 1.5ºC con respecto a los niveles preindustriales, tal y cómo se aprobó en la Conferencia de las Partes en París en 2018.

—¿Hay alguna pieza que le gustaría tener en el museo y está en otra parte?

—Lo cierto es que tenemos muchas más piezas que las que podemos exhibir y nos gustaría poder ampliar el espacio dedicado a exposiciones para equipararnos con otros museos europeos. Si fuera así, una pieza que nos gustaría tener es un dinosaurio auténtico ya que todos los que tenemos son réplicas. En el Museo de Leiden, que fue renovado recientemente, se pudo comprar uno mediante una suscripción popular a nivel nacional.

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