Diario de León

¿Cuánto de inteligente soy? El cambio que tanto necesitábamos

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León

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Si eres de la generación de los ochenta o anteriores, quizás hayas sufrido como yo el ‘odioso’ test de inteligencia, más conocido como test de coeficiente intelectual que se aplicaba en los colegios e institutos para determinar cuál sería tu futuro profesional o si serías una persona digna o no de un futuro prometedor. Y quizás noten en mis palabras cierta ironía. Y sí es cierta, porque cuánto daño nos hizo a los de mi generación esa manera de identificar lo inteligentes o no que éramos, y cómo influyó en nuestras vidas y en el comportamiento de nuestros maestros en las aulas con sus alumnos.

Cuánta importancia tenían las matemáticas y la lengua, y cómo se despreciaban asignaturas artísticas como la música, el dibujo o la educación física. Cuántos disgustos familiares porque el cuadernillo verde de notas tenía cincos en lenguaje y matemáticas pasando desapercibidos los nueves de música y dibujo.

¿Qué pasaba con los que teníamos estas actitudes más desarrolladas? ¿Los que tocaban un instrumento, dos e incluso tres? ¿Por qué eso no tenía el mismo valor que el que sacaba un diez en matemáticas?

A cuántos de nosotros nos viene a la cabeza esas personas y compañeros con coeficientes altísimos que tenían, por otra parte, muchos problemas a la hora de relacionarse con los demás, hacer exposiciones públicas o quererse a sí mismos. Y es que el concepto de Inteligencia es algo que necesitaba una revisión urgente y por suerte esta revisión ha llegado a nuestras vidas y sigue trabajándose en ella.

Por mucho que hoy nos pueda sorprender, hubo un periodo de tiempo, demasiado largo desde mi punto de vista, en el que se consideraba que las personas más inteligentes eran las capaces de aislarse de sus emociones y únicamente utilizar su parte racional. Sin embargo, al igual que yo, otros pensaron que algo estaba fallando y de entre los muchos términos que a finales de los años ochenta y noventa comenzaron a ponerse de moda en ámbitos como la educación, la psicología y otras disciplinas relacionadas con el desarrollo personal fue el de la Inteligencia emocional, un concepto que cambió por completo los esquemas de muchos de los psicólogos, pedagogos y otros profesionales de la educación que hasta entonces habían encontrado en los coeficientes de inteligencia su mejor herramienta.

Y ¿qué es esto de la inteligencia emocional? ¿Cubre todas las necesidades para definir un individuo como más o menos inteligente? En cuanto a qué es la inteligencia emocional, existen distintas definiciones de grandes expertos como Salovey y Mayer, Daniel Goleman, pero de una manera sencilla podemos decir que es la capacidad que tiene una persona de conocerse a sí mismo, sus reacciones, sus emociones y utilizar éstas para dirigir sus pensamientos y comportamientos, así como la habilidad de conocer su vida interior y comunicarse y entender los sentimientos de los demás.

Y en cuanto a la respuesta de si la inteligencia emocional cubre todas las necesidades para definir como más o menos inteligente a un individuo, la respuesta es un rotundo ‘no’. No podemos, ni debemos, volver a caer en el error de encasillar con un solo estándar a las personas como más o menos inteligentes.

En el siglo actual hemos dado grandes pasos en lo que al concepto de inteligencia se refiere y, actualmente, se trabaja desde un enfoque basado en las inteligencias múltiples en las que tienen cabida la inteligencia espacial, lingüística, lógico-matemática, artística, emocional… Y desde este enfoque podemos decir que, Jon Lenon, no era menos inteligente que Michael Jordan o este que Albert Einstein, sino que cada uno ha sido referente en su área.

Ahora nos toca a nosotros, maestros, psicólogos, educadores de la generación de los ochenta, padres y madres de hijos nacidos en los años dos mil, eliminar de nuestras mentes esas creencias arraigadas de la inteligencia racional y educar y potenciar las inteligencias múltiples.

Dejemos los estereotipos a un lado y promovamos entre nuestras generaciones futuras tener grandes médicos, interesantes físicos, pero también brillantes bailarines, músicos y deportistas de élite, pero, sobre todo, potenciemos tener una generación de personas felices no identificadas desde pequeños con un coeficiente intelectual de un número, ni dirigidos a profesiones que les convertirán en profesionales mediocres y frustrados. Cambiemos nuestras creencias por un futuro mejor.

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