Diario de León

Afluentes humanos del río Curueño

l Jesús Díez reivindica la luz y la memoria de los pueblos y sus gentes

Varias de las imágenes que completan el relato poético presente en el libro ‘El Curueño, donde la luz es memoria’ (Incipit Editores), de Jesús Díez Fernández.

Varias de las imágenes que completan el relato poético presente en el libro ‘El Curueño, donde la luz es memoria’ (Incipit Editores), de Jesús Díez Fernández.

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León

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pacho rodríguez

Si de la orilla del Curueño a empleado del Banco Santander en pleno barrio de Salamanca de Madrid no hay algo de pérdida de inocencia es que se es de piedra, sea del río que sea. Y no es el caso de Jesús Díez Fernández, poeta de Sopeña de Curueño nacido en 1952, empleado de banca hasta su jubilación y el resto del tiempo escritor aficionado. Su plan de vida funcionó así y en parte así continúa. La literatura lo es todo para él pero no la ha convertido en su sustento, por lo que dependencias las justas. Ahora presenta una publicación que tiene todas las papeletas para convertirse en el libro del verano del Curueño. Un retrato humano de toda la zona y sus pueblos a través de sus gentes. El Curueño, donde la luz es memoria (Incipit Editores) es el título.

Jesús Díez también ha publicado ocho poemarios, ahora reunidos en un solo volumen con el título: Ser otoño del viento. Poesia 1980-2005. Como narrador, hay cuatro libros de relatos que ya han salido a la luz: La nieve sin derretir, Las ciudades que soy, Viajeros que regresan al Tren Hullero y Escribir, atravesar la noche. También tiene publicados tres libros de fotografia: Afluentes del Curueño, Miradas en lo invisible, Carbonilla en los ojos.

Jesús Díez Fernández es uno de esos escritores en donde encontrar el detonante que hace surgir la necesidad de contar puede ser la gran explicación de su obra. Porque, como él mismo señala, «la vida te lleva a unas cosas y a otras. Es lo mismo que el viaje. A mi me gusta viajar no como turista, sino como viajero. Y eso es más o menos lo que he hecho como escritor. Me gusta más que llegar a algún sitio concreto, el camino que hay que recorrer», afirma. De hecho, él mismo cree que ese hecho geográfico es el que hace que la escritura surja con fuerza en su vida: «Dije una vez, de manera exagerada, que sentía poéticamente desde que había nacido. Pero, en realidad, escribir se convierte en una necesidad al irme del ambiente rural a Madrid», relata.

Es decir, mucho de desarraigo y todavía más de esas tres fuentes vitales que para él son su pueblo, el Curueño y el tren hullero, tridente que le daría para estar escribiendo mucho más que toda una vida.

Y se mantienen tan firmes esas creencias, que él que ha tenido la oportunidad de vivir momentos históricos de España en Madrid (por ejemplo, llegó a la capital en 1975, el año en el que muere Franco) y haber conocido a personajes singulares tanto por su trabajo como por su actitud comprometida políticamente, ahora prefiera retratar en imagen y texto a las gentes de sus pueblos. Pero esta idea también tiene un origen.

«a mis padres, efraín y donila»

«Hace tiempo ya que pensaba que esas gentes que formaban el mundo de mis padres prácticamente han desaparecido. Y quería homenajearlas de algún modo. Por eso, gran parte del libro cuenta con personas mayores que yo llegué a conocer. Algunas de ellas ya fallecidas», explica. Y así, de manera rotunda, El Curueño, donde la luz es memoria parte de una dedicatoria que es toda una declaración de intenciones: «A mis padres, Efraín y Donila, para siempre luz y memoria, al ser afluentes humanos del río Curueño». Una señora de 104 años, por abarcar ese periodo anterior citado, comparte libro con el mítico luchador El Elegante. Y en el contexto del la publicación se concluye que tienen mucho que ver.

Con todo, Jesús Díez Fernández no quiere aparecer como un escritor anclado en su territorio. «En el libro hay lo que yo llamo las presencias del origen: León, el Curueño, Sopeña, el tren, las vivencias... Pero en cuanto a mi no es solo el único territorio que me interesa. Porque, por ejemplo, puedo sentirme igual de atraído por Lisboa y otros sitios de otros viajes», relata.

En El Curueño, donde la luz es memoria estas personas cuentan la vida de la zona, sus lugares y paisajes, sus herramientas de trabajo, sus utensilios... Y, ante todo, sus miradas. «Así que nos vas a hacer unas fotos para llevarlos por el mundo ‘alante’, ¿No?», le dijo un paisano de los retratados. Y, de alguna manera, se trata de eso en Díez Fernández: el viaje literario.

Y surge un homenaje a 33 pueblos de la zona del Curueño y a sus legendarios vecinos. Porque en el autor el origen está grabado a fuego aunque su vida luego haya tenido momentos apasionantes aparentemente desconectados a su lugar de nacimiento. Él leía a Moravia, a León Felipe, vivía activamente la politización y democratización de España con sobresaltos como el del 23-F incluidos, pero su corazón no dejaba de latir en clave de Sopeña y en esa combinación surgía un escritor. Luego ya con los años reposados, el asunto era trabajar en el banco de 8 a 3 y tener tiempo el resto del día para escribir.

Por eso, qué mejor manera de presentar El Curueño, donde la luz es memoria que partiendo de sus textos: «La fotografía es luz, la mirada del fotógrafo busca un ángulo desde el que, en esa luz, retener el instante, trazar la memoria de una geografía nacida de sus deseos. Detrás de cada retrato están las presencias de mi origen, lo aprendido en ese lenguaje de respuestas de una cultura rural, vivida y soñada: las metáforas de los afluentes humanos del río Curueño, que fueron realidades en otro tiempo. En este viaje por el cauce de un río de imágenes, el camino está cubierto de espejos y arroyos, a veces turbios. Atreverse a regresar en la distancia es proseguir sin límites ni puntos cardinales, incluso deseando hundirme como el náufrago, volver a un principio: la nieve sin derretir en mis labios, en cuyos límites lindar con el imposible. La esencia del volver se plasma en una senda de agua helada, que el tiempo y la memoria la llevan por caminos diferentes: La tejedora de invierno y verano, el tatuaje fosilizado de la noche y el día con su magia de brumas, la hacedora de otoño y primavera, y ese juego extraño de preguntas que sigue habitando dentro de mí: ¿La realidad vivida, la realidad recordada?», relata. Como culebras de invierno, duermen los trillos vacíos de plegarias... Pero eso ya sería la realidad poética de Jesús Díez Fernández.

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