Diario de León

La mirada de Louis Stettner

La Fundación Mapfre descubre la obra del comprometido y minusvalorado fotógrafo estadounidense Louis Stettner, nunca expuesta en España.

Brooklyn Promenade, 1954

Brooklyn Promenade, 1954

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miguel lorenci

Louis Stettner (Nueva York, 1922-París, 2016) no renegó jamás de su condición de comunista. Un pesado lastre para la carrera de este fotógrafo de mirada tan humana como solidaria, víctima del macartismo y de la implacable caza de brujas en su país. La Fundación Mapfre nos descubre ahora la obra empática, comprometida y solidaria de Stettner con su primera muestra en nuestro país, en cartel hasta el 27 de agosto en las salas del madrileño Paseo de Recoletos. Es la mayor retrospectiva dedicada al ninguneado y olvidado fotógrafo «que no tiene el lugar que merece en la historia dada la calidad de su obra», según lamentan los responsables de la muestra.

Stettner se formó en Photo League, la legendaria e izquierdista escuela neoyorquina que defendía la capacidad de la fotografía para cambiar la sociedad y de la que llegaría a ser el profesor más joven, con apenas 22 años.

La influencia de sus lecturas filosóficas y poéticas —Platón, Karl Marx y Walt Whitman— y la de su relación con otros miembros de Photo League como Sid Grossman o Weegee —siempre el primero en llegar a la escena del crimen y que Joe Pesci encarnó en El ojo público— marcaría su manera de afrontar la fotografía. Stettner llevaba siempre en el bolsillo un ejemplar de Hojas de hierba, de Whitman, por quien sentía devoción. «Whitman celebra a los hombres y mujeres y no tiene miedo, es quizá una de las razones por las que nunca he dejado de fotografiar en las calles», escribió.

De padres alemanes judíos emigrados a Estados Unidos, le regalaron su primera cámara con 13 años. En su adolescencia Stettner visitó con asiduidad el neoyorquino Metropolitan Museum of Art, donde hojeaba Camera Work, revista a través de la cual se familiarizó con la obra de maestros como Alfred Stieglitz y Paul Strand.

«La obra de Stettner nos ofrece una vibrante celebración de la vida, de la valentía del hombre para afrontar con plenitud las adversidades y las bondades de la existencia», explica Sally Martin Katz, comisaria de una muestra histórica que incluye más de ciento ochenta instantáneas que recorren toda la trayectoria de Stettner. Muchas de ellas son inéditas, como los trabajos en color de sus últimos años que nunca antes se habían expuesto. Obligado a poner un océano de por medio cuando se le incluyó en las listas negras de McCarthy y del FBI, se instaló en París donde conoció a Brassaï, que sería su gran mentor. A caballo entre Nueva York y París, no se vinculó nunca definitivamente a ninguna de las dos ciudades. Sensible siempre a la belleza y la sencillez de la gente corriente y la dignidad del obrero, sus imágenes contienen elementos tanto de la estética de la foto callejera neoyorquina como del humanismo lírico de tradición francesa.

La dolorosa experiencia a los 21 años de Stettner como fotógrafo en la II Guerra Mundial condicionó su concepción de la vida, muy presente en toda su obra que, según la comisaria «destila una firme confianza en el ser humano». Se había enrolado en el Ejército «para combatir a los fascistas». «Tuve que aprender otro oficio, matar y evitar que me mataran», confesó. Aquella experiencia le hizo comprender que «el hombre ordinario podía ser heroico», asegura Martin Katz, conservadora de fotografía del Museo de Arte Moderno de San Francisco.

La dignidad de la costurera

Con esta visión como hilo conductor, la obra de Stettner abarca multitud de temas y escenarios, de entornos urbanos casi vacíos a bulliciosas escenas del metro de Nueva York, la rutina de trabajadores y obreros, su preocupación por los menos favorecidos o los paisajes montañosos del macizo francés de los Alpilles en su última época.

De vuelta a Estados Unidos, Stettner callejea por Nueva York y retrata a sus gentes en el metro: trabajadores derrotados, mujeres cansadas y parejas mal encaradas que capta con su Rolleiflex, sin que sus retratados se percataran. «¡Nadie sabe que estamos vivos!», clamó un día ante el objetivo de Stettner una costurera en una fábrica de ropa de Nueva Jersey. El fotógrafo jamás olvidó la indignada dignidad de aquella trabajadora. Durante casi ocho décadas retrató el cansancio existencial y físico de neoyorquinos y parisinos en unos conmovedores y azarosos planos cortos y medios.

«A pesar de estar plenamente inmerso en el debate de la fotografía histórica durante buena parte del siglo pasado, su obra no fue reconocida como merecía en su momento, quizá por no estar adscrita a un estilo determinado», apunta Martin Katz. En 1947 una beca le permite pasar tres semanas en París como alumno de un curso de cine. Se quedaría varios años en la Ciudad de la Luz, donde su mirada se dulcificó y humanizó fotografiando calles vacías y paseantes solitarios.

Visitó Ibiza en 1956 y fotografió a dos marineros, Pepe y Tony, mostrando sus recias manos y su torso en pleno esfuerzo. «La forma más pura de fotografiar es manejar la realidad», decía Stettner, simpatizante de los radiales Panteras Negras y fiero opositor a la guerra de Vietnam. «Stettner siempre engrandece a las personas, nunca las empequeñece», escribió su amigo y maestro Brassaï.

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