Diario de León

La pionera de los huevos ecológicos en León cría a sus ‘pitas’ en Omaña

Nafardela es una granja de gallinas ecológicas con la que Nélida Gutiérrez Otero ha logrado mantenerse en su pueblo, Villanueva de Omaña. Son las primeras pitas ecológicas de la provincia y las únicas que se crían en España en alta montaña, en la Reserva de la Biosfera de los Valles de Omaña y Luna.

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Nélida Gutiérrez Otero puso en marcha su granja ecológicas de gallinas un mes antes de declararse la pandemia de covid-19 en marzo de 2020. Su actividad como educadora ambiental en el Centro del Urogallo de Caboalles de Arriba había sufrido recortes y necesitaba otra actividad para sostenerse.

Emprender era la única salida porque «en estas zonas deprimidas hay pocas opciones de encontrar un trabajo por cuenta ajena y siempre quise vivir en el pueblo, pero además en ese momento quería estar cerca de mi madre», explica.

Miró hacia la nave que había construido su padre cuando recogía hierbas medicinales en la comarca de Omaña y pensó en adaptarla a su nuevo proyecto. Nélida había regresado a su pueblo, Villanueva de Omaña, tras un periplo por Palacios del Sil, Villablino e incluso la capital leonesa.

Su granja se convirtió en la primera productora de huevos ecológicos en la provincia de León.

Además, tiene el mérito de que sus pitas son las únicas de España que se crían en alta montaña, en un paraje privilegiado como es la Reserva de la Biosfera de los Valles de Omaña y Luna cuyo sello de calidad llevan los huevos que comercializa bajo el nombre de ‘Nafardela’. Una palabra que en leonés llevaría un apóstrofe entre Na y Fardela, del que prescindió para simplificar el registro. «La fardela es la bolsa de tela que llevaba la gente al monte con la merienda cuando iba a guardar el ganado y Nafardela es en En la fardela», explica. Estas bolsas que ahora son lo último para hacer la compra inspiraron a la emprendedora, que vende sus huevos en tiendas artesanales y de productos ecológicos de León, Ponferrada, La Magdalena y Villablino.

«Las gallinas son como de la familia, no es como una granja grande y claro que hablo con ellas. Están libres y no tienen estrés. Son animales gregarios y se reconocen entre ellas pero si son un número limitado»

Ella misma se ocupa de la entrega en los puntos de venta. Es la tarea a la que dedica los lunes esta mujer de 53 años que, con estudios básicos de partida, se ha adentrado en actividades innovadoras como ser guía de rutas en la comarca o la educación ambiental con formación específica, aunque en Castilla y León todavía no se ofrece en la educación reglada un grado profesional.

Con su proyecto ha profesionalizado una labor tradicional a una escala manejable para una persona. «Mis gallinas son criadas en libertad, intento que tengan una vida feliz, por lo que tienen acceso libre a los corrales desde la mañana hasta la noche y pueden entrar para dormir o poner huevos cuando ellas quieran», explica.

Este verano puso en marcha una nueva experiencia en su granja. Las visitas guiadas para que la gente conozca cómo viven estas gallinas con una pequeña degustación de tortitas de acelgas para finalizar el recorrido. Reanudará la actividad en primavera con el buen tiempo.

Las pitas de Nafardela «no tienen estrés» y comen sano. Se alimentan de todas las plantas, gusanos e insectos que se desarrollan de forma natural en los corrales y también comen semillas ecológicas. «Esta alimentación variada junto con los minerales que les aporta la tierra de alta montaña donde vienen, hacen de nuestros huevos un alimento con gran sabor y un alto valor nutritivo», subraya la granjera.

Son huevos ecológicos certificados que, como tales, «están libres de pesticidas, herbicidas y de las toxinas que generan las gallinas criadas en espacios cerrados y reducidos a causa del estrés», afirma.

El bienestar animal es otro de los temas en los que pone el acento con esta forma de producción. «Creo en la producción sostenible y de carácter artesanal, en la preservación del medio rural apostando por el empleo en el pueblo para conseguir un producto saludable y natural».

Pero no se lo han puesto fácil. Ni a ella ni a nadie que intente poner una granja pequeña de la que poder vivir. Nélida Gutiérrez Otero señala que se decantó por las gallinas como un negocio diferencial respecto a la tendencia en la montaña. «Se promociona la ganadería de vaca y sobre todo de carne y si todo el mundo hacemos lo mismo se pierde mucha biodiversidad», puntualiza.

«Las políticas agrícolas y ganaderas enfocan que vayas por un sitio u otro y así ha desaparecido, por ejemplo, la leche de montaña», añade. Como emprendedora no ha recibido ayudas económicas para poner en marcha la granja. Llegó a las gallinas ponedoras porque «buscaba algo manejable para mí». En un principio pensó en una granja de pollos de corral, pero las condiciones para el sacrificio eran inasumibles. Cuando optó por los huevos quiso tener gallinas autoctónas y fue a buscar ejemplares de pardo de León —las de pluma de La Cándana— a un centro oficial a Madrid. «El problema es que estas gallinas requieren muchos años de selección para la puesta». Fue así como empezó con las rubias ponedoras, de polluelas que nacen en una granja ecológica gallega.

«Una de las cosas más complicadas es que no existe legislación para pequeñas explotaciones y es muy difícil cumplir la legislación pensada para granjas de 20.000 gallinas», lamenta. Por eso agradece la implicación de la unidad veterinaria comarcal y de los veterinarios de Sanidad. «Fue la primera granja ecológica que se montó en la provincia. Nadie sabía qué tenía que hacer ni cómo», subraya. «Ponerla en marcha y que esté funcionando es una gran satisfacción y puede servir de ejemplo a otras personas», añade. De hecho, el impulsor de una segunda granja ecológica, La Trompicona, abierta en Villabúrbula, se puso en contacto con ella para asesorarse.

«En esta Comunidad autónoma no se apoya a lo pequeño, todo va para las empresas grandes. En esto hay mucha diferencia con Asturias, donde les facilitan más las cosas», se queja. No sólo no ha recibido ayudas económicas sino que para hacer el desvieje de la granja tampoco medidas adecuadas a las pequeñas granjas. «De momento, me he tenido que buscar la vida. Me las ha comprado la asociación de cetrería para dar de comer a las aves, pero estoy buscando financiación para poder sacrificar en la granja sin tener que montar un matadero grande», comenta. La legislación estatal ya permite habilitar estas salas de sacrificio en pequeñas granjas, pero Castilla y León aún no la ha incorporado.

A partir de su experiencia, Nélida Gutiérrez Otero afirma que «no hay ningún interés» desde las instituciones con más poder «en que las zonas rurales sigan teniendo gente». Las escasas o nulas facilidades para emprender en los pueblos se reflejan hasta en la PAC con los límites de edad y las exigencias de tamaño de las explotaciones. «No pude acceder a la incorporación de la PAC porque ya no entraba en el rango de joven, pero aunque hubiera podido me obligaban a poner una granja de mil gallinas como mínimo. Las ayudas están pensadas para quien ya puede», sentencia. Empezó con dos gallineros y 140 gallinas y ahora tiene cerca de medio millar. Con este modelo de granja pequeña, «he podido ir ganando clientes e invertir poco a poco», señala la emprendedora omañesa.

La granja es la «culminación de mi vida laboral», subraya esta mujer que ha desempeñado mil oficios, siempre ligada al mundo rural. Trabajó en una gasolinera, tuvo un puesto en el mercado de Villablino y fue peluquera antes de empezar a trabajar con Tomero y Romillo en las rutas por Omaña y posteriormente incorporarse al centro de interpretación del Urogallo, donde trabaja como autónoma. Al principio eran tres personas y con los recortes se ha quedado sola. «Haber conseguido montar mi propio negocio es muy satisfactorio», apunta. «Las gallinas son como de la familia, no es como una granja grande y claro que hablo con ellas», confiesa. Ha aprendido mucho de su forma de vida. «Son animales gregarios, pero con un límite. Si son muchas no se reconocen y eso les produce estrés», explica. Ha observado que gallinas que se despistan y van a otro corral regresan porque reconocen a sus ‘vecinas’.

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