Diario de León

El legado errante de los Álvarez Quintero

La voluntad de los hermanos Álvarez Quintero fue que su biblioteca y su colección de arte permanecieran en su localidad natal, Utrera (Sevilla), un deseo a medias cumplido, ya que a falta de una sede permanente este valioso legado ha conocido cinco mudanzas.

La biblioteca de los Álvarez Quintero

La biblioteca de los Álvarez Quintero

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alfredo valenzuela

Esculturas de Mariano Benlliure y Coullaut-Valera y una treintena de cuadros de Gonzalo Bilbao, García Ramos, Azpiazu, Bernardino de Pantorba, Fernando Tirado y Moreno Carbonero, entre otros, conforman este legado junto a una biblioteca de 4.400 volúmenes, buen número de ellos con dedicatorias autógrafas de sus autores, entre los que se encuentran todos los miembros de la Generación del 98.

El inventario consta de 5.500 unidades, también manuscritos y objetos personales, entre ellos 26 muebles tallados que se conservan en el vestíbulo alto del Teatro Enrique de la Cuadra de Utrera después de haber estado en otros cuatro emplazamientos de la localidad y, hasta 1964, en la casa que habitaron los hermanos en la madrileña calle Velázquez, según el recuento efectuado para Efe por el historiador municipal de Utrera, Javier Mena. Entre esos muebles hay dos escritorios sobre los que se concibieron tantas obras que encandilaron al público de su época, que les valieron la fama y el vuelco económico y social, desde las estrecheces que pasaron como funcionarios de Hacienda a su llegada a Madrid a finales del XIX a convertirse en los dueños de la taquilla de todos los teatros de España y buena parte de América. Entre los años 60 y 70, algunos de los cuadros, por su elevado valor artístico, se depositaron en el Museo de Bellas Artes de Sevilla y ahora, ha explicado Mena, la aspiración del Ayuntamiento es ubicar estas colecciones en una de las antiguas casas solariegas de la plaza principal de Utrera. Entre esas colecciones una de las fotos con los actores y actrices más famosos de su época.

Entre los muebles en el ‘Legado de los Álvarez Quintero’, como se denomina el espacio en el que se expone, se conserva el dormitorio de los hermanos, en una sala aparte que, además de sus dos camas, reúne una pequeña mesa camilla sobre la cual escribían las escenas y diálogos que se les ocurrían durante la noche. Aguardaban el sueño, ha explicado Mena, intercambiado ideas sobre personajes y comedias y, cuando una de estas ideas era buena, para no olvidarla, saltaban de la cama y se ponían a escribir sobre esta mesita para, a la mañana siguiente, encontrar los detalles sobre los que seguir escribiendo.

Forma parte de este dormitorio el biombo original, obra de un discreto carpintero que lo decoró con escenas de Murillo, de Velázquez y con reproducciones de imágenes de Martínez Montañés, ya que, ha recordado Mena, por donde fueron los hermanos «siempre hicieron gala de sevillanismo».

Una de las piezas más curiosas de la exposición —abierta al público y a los investigadores—, es el original del cartel, en pergamino y con la firma de los principales escritores de la época, que se les dispensó en 1928 en reconocimiento por ser los autores más representados, prolíficos y traducidos de entonces, a más de cien idiomas —cientos de ejemplares en algunos de esos idiomas forman parte de la biblioteca—. Aquel homenaje de 1928 consistió también en representar una obra de los Álvarez Quintero en todos los teatros de España, Chile y Argentina, con lo que se recaudaron 46.000 pesetas —una fortuna entonces— que los hermanos dedicaron íntegramente a la construcción de los monumentos a Bécquer en el sevillano Parque de María Luisa y a las imágenes del Quijote y Sancho que, en honor de Cervantes, están en la madrileña Plaza de España.

Mena ha comentado con un tono no exento de orgullo cómo la obra de los Álvarez Quintero está siendo reivindicada por autores y artistas que van de Arturo Pérez Reverte a Santiago Segura, como también prueba el documental recién estrenado por Alfonso Sánchez, uno de los integrantes de «Los Compadres». Lamenta que tras el largo periodo de la dictadura se les acabara identificando «injustamente» con un régimen con el que nada tuvieron que ver (Serafín falleció en 1938 y Joaquín seis años más tarde) porque los dos siempre fueron «unos liberales». Entre los objetos personales —se conserva una vitrina repleta de miniaturas decorativas— hay un reloj de mesa que tal vez sea lo menos valioso en términos materiales. Se trata del reloj que Joaquín detuvo con sus manos en el momento de la muerte de su hermano para que no volviera a marcar ni un minuto más.

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