Diario de León

REFUGIO CREATIVO

Ana Beatriz Pérez: «Si usáramos más el cuerpo podríamos entendernos mejor»

La bailarina cubana, Betty, concluye su residencia con «Anfibia» en el centro de refugiados de La Fontana: «Me he sentido muy querida»

Ana Beatriz Pérez, Betty, en el escenario de La Fontana donde presentó su solo de danza «Anfibia». FERNANDO OTERO

León

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Entró en La Fontana como una refugiada más, pero pronto se corrió la voz de que era «la bailarina». Ana Beatriz Pérez, Betty, (La Habana. 1972) estuvo camuflada hasta que desplegó su «Anfibia» sobre el escenario del teatro de este centro en el que ha convivido durante una semana con las 76 personas del programa de Protección Internacional de San Juan de Dios en Armunia.

«La danza no es elitista. Hay vínculos con la sociedad. Yo bailé, ya siendo profesional, en una fábrica de tabacos y en muchos otros sitios»

«Traer ‘Anfibia’ a La Fontana ha sido dar en la diana, porque es el hilo que quería. Este es en un lugar de paso, donde la gente necesita soporte»

Betty, artista invitada de la primera edición del Refugio Creativo de las residencias artísticas Ana Mendieta, inauguró con su solo de danza esta iniciativa pionera en León que acerca la cultura a personas que han dejado atrás sus raíces y países por motivos de guerras, económicos o persecución por su orientación sexual. Ha comido en la misma mesa, ha adornado el árbol de Navidad con esas personas y ha bailado en el escenario de su teatro, sola y acompañada. «Anfibia» nació como algo conceptual, a partir de un podcast del neurocientífico Mariano Sigman. «En este mundo contemporáneo vivimos como en dos lugares, en el consciente, en el inconsciente, en la ficción y en la realidad», como mudando la piel continuamente.En la investigación previa indagó en sus motivaciones, hizo un esbozo en la residencia Cruceiros Perdidos del colectivo gallego RPM, en el País Vasco, «hace justo un año» y, meses después, propuso a Ana Vallés que le hiciera el acompañamiento artístico. «Anfibia» encajaba con su vida. «También he sido emigrante», señala al recordar que en 2001, llegó desde Cuba, junto a Armando Martén, su pareja en la vida y en la danza. Pasaron el duelo de dejar un lugar con un estatus —eran la primera y el primer bailarín de danza contemporánea en su país— para «volver a empezar, con la savia que traes y dispuestos a aprender otras corrientes de la danza en Europa».Presentar «Anfibia» en La Fontana, un refugio para personas que tienen que enfrentarse a ese cambio de «paisaje», «ha sido dar en la diana, porque es el hilo que quería», asegura. «Este es en un lugar de paso, donde la gente necesita que se le dé un cobijo; necesita ese amparo, la guía, el soporte, también emocional. Es un lugar que tiene que tener todo el corazón abierto para la gente que llega, que necesita ese soporte». «He sentido esa sensación de estar en el mismo lugar todos, en el mismo barco».La bailarina lleva en el ADN de su formación la idea de que la danza no es elitista. «En Cuba, cuando tú entras en la Escuela de Arte, hay esa conexión. Lo que estás aprendiendo no se queda en la escuela. Lo vas a llevar a una fábrica de caramelos o a donde sea», explica. «Hay vínculos con la sociedad. Yo bailé, ya siendo profesional, en una fábrica de tabacos y en muchos otros sitios. Tienes que adaptarte al lugar sin peros. Si está muy rugoso, te pones calzado. Si no están las condiciones adecuadas, miramos la manera de poderlo hacer... Por supuesto que la madera es lo mejor y que normalmente se pone un tapete de linoleo para que sea más fácil deslizarse», defiende.«El bailarín y el artista también pueden hacer su trabajo fuera del área. ¿Por qué? Porque la danza es expansiva. Es para todos», sostiene. «La danza tiene que estar en todas partes. Es un acto de amor, entrar en la sociedad, no de una forma jerárquica, sino al mismo nivel». «Es una labor social» y «el artista tiene que estar dispuesto a salir de la escena, para entrar en una fábrica, en un espacio como este, que es una residencia para proteger a las personas que vienen, a los desplazados», recalca. El artista tiene que moverse, añade, y «la sociedad tiene que generar espacios de encuentros, diálogos con artistas, para que la gente vea que no hace falta tener un máster para entenderlo, porque es algo que se siente y no hace falta tener un máster ni un doctorado para venir al teatro». Pero echa en falta programación de danza en los teatros y pide más confianza.El movimiento, defiende, es inherente a los seres humanos y la danza nace con las primeras culturas. «Bailamos desde que el mundo es mundo», afirma. «Nos podríamos entender mejor si lo usáramos más, como vimos aquí que las personas expresaron sus emociones al terminar», añade. La experiencia en La Fontana ha mostrado la capacidad transformadora de la danza. El taller que realizó el miércoles con un grupo muy heterogéno, desde niños a padres a personas acogidas y gente del barrio, fue la demostración palpable de este poder. «Fue una experiencia brutal. Se abrió el alma y tuvimos la sensación de que pertenecía a todos. Te das cuenta de que no hace falta más que interactuar. Las personas que están aquí se despejan de lo que les está pasando y se crea algo bueno». ‘Anfibia’ sale de la residencia en La Fontana con mucho potencial para crecer y lista para su estreno en 2025.

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