VOCACIÓN Y PROFESIÓN
Adiós con la enfermería grabada en la piel
Carmen de la Fuente se jubila en el centro de salud La Condesa después de 43 años y 10 meses de servicio en la sanidad pública
«O soy enfermera, o no soy nada», dijo Carmen de la Fuente a sus padres cuando, en los años 70, pugnaba por ingresar en la escuela de Virgen Blanca. «Entré a la tercera». Eran 22 en la clase. Todas mujeres. La de 1977-1980 fue la última promoción de aquel centro que daba las prácticas en la residencia y las clases teóricas en Amigos del País (Escuela de Arte, ahora).
Carmen de la Fuente lleva grabados en la piel sus 43 años y 10 meses de servicio en la sanidad pública. Se va donde empezó, en La Condesa, «con pena», pero con el orgullo de haber cumplido «con creces» y sobre todo del inmenso cariño que ha recibido de sus pacientes. El tatuaje de su comienzo (1-03-1981) y fin en la profesión (31-12-2024) es su homenaje personal a una profesión que venera. En el corazón atesora los recuerdos de 43 años y 10 meses en la sanidad pública a los que dice adiós con pena, pero con el orgullo del deber cumplido «con creces».
Se jubila a los 67 años, este 31 diciembre, aunque podría haberse ido hace dos años, decidió continuar e incluso pleitó —y ganó— con Sacyl cuando decidió jubilarla el pasado abril. «Me jubilaron, pedí reengancharme, me lo negaron, reclamé judicialmente y lo gané». Una enfermera de Trobajo del Camino que había ganado el mismo pleito fue su referente. En julio estaba de nuevo en la consulta y sus pacientes lo celebraron. Ahora ha llegado el momento. «Estoy bien, pero también estoy cansada y tengo que hacer otra vida».
La fiebre por ser enfermera empezó de muy niña. «Tendría 5 o 6 años cuando los Reyes me trajeron un muñeco que se llamaba Dani, y ya nunca más quise ser otra cosa». «Me costó tres años ingresar en la escuela de enfermería de Virgen Blanca. Nos preguntaban cosas como qué otro nombre tenía el río Turia y yo no lo sabía», relata. Incluso aprobó una oposición en el INSS a la que renunció. «O soy enfermera o no soy nada», les dijo a sus padres.
Al poco tiempo de terminar los estudios, en febrero de 1981, le llamaron para cubrir un puesto de forma temporal. Días después se produjo el intento de golpe de estado y temió que su ansiado destino fuera al traste. Pero el 1 de marzo ya estaba trabajando en la profesión de su vida. Estuvo tres meses en La Condesa y consiguió plaza en Ávila, donde estuvo destinada ocho años. Después retornó a León y durante 15 años estuvo en el centro de salud de La Magdalena, del que guarda grandes recuerdos de «experiencias maravillosas con médicos y pacientes». También ejerció en Ribera del Órbigo y El Crucero. Pero La Condesa, asegura, «es mi segunda casa». Durante siete años lideró el equipo de enfermería. «Viví la peor época: el covid». Recuerda que «mis compañeros cayeron todos con el covid, menos yo, que lo cogí después».
La época de la vacunación también fue un reto profesional. «Condesa fue el único sitio que se abrió los sábados y domingos para vacunar», subraya. Como no había quien se ocupara de abrir la puerta, se prestó voluntariamente. «Nadie se atrevía a quitar la alarma».
Carmen de la Fuente se va satisfecha. «Durante siete años he tutorizado a alumnas de enfermería, creo que he dejado un legado». Sus aportaciones para la especialización en el pie diabético, el manejo de las insulinas, la hipertensión o las dietas son algunas de las que destacan de su etapa docente. «La primera alumna a la que di clase hace siete años me ha dicho que he sido su mejor profesora. Eres humana y ayudas a los pacientes, me ha dicho», afirma. «Me marcho con pena, pero tengo que hacer otra vida, me lo he ganado con creces», apostilla.
Aunque se tatúe como la más moderna, Carmen se reivindica como enfermera a la antigua usanza, de las que «hacemos recetas», llama uno por uno a sus pacientes para vacunarse de la gripe o del covid y tiene como máxima el trato humano. Una escuela que ha querido transmitir. «A las alumnas les inculco que sean amables con los pacientes. Lo más importante es ser humanos», insiste.
La profesión ha cambiado radicalmente en estas cuatro décadas en parte por los avances tecnológicos y confía plenamente en las nuevas generaciones. «Ahora el suero se mide digitalmente; antes teníamos que contar las gotas que se pautaban». En el hall del centro de salud está el aparatoso aparato con el que se hacían las nebulizaciones, que hoy se hacen con una mascarilla. El electro también se ha digitalizado y se hacen espirometrías y pruebas de sintron, que antes tenían que realizar en el laboratorio del hospital. «Tenemos parches para curas. Ha evolucionado todo para bien», afirma. Tras todos estos años de ejercicio, lo sigue creyendo: «La enfermería es la carrera más bonita. Pero necesitamos que contraten a más gente. No puede estar una enfermera atendiendo a tres cupos distintos. Nos importan los pacientes, que necesitan apoyo y ayuda».
«Terminé la carrera gracias a mis padres y ellos me iluminan desde el cielo. Son mi luz», dice emocionada. Siente gratitud por el trabajo junto al doctor Magín, que «siempre cerraba al ambulatorio» por su entrega a los pacientes. Recuerda los años en La Magdalena con Faustino Sánchez y las guardias con otros compañeros. Dice adiós también a 25 años dorados con el doctor Jaime López de la Iglesia, «hemos sido como un matrimonio», profesionalmente hablando.
Por cierto, apunta, nunca se le ha olvidado que el río Turia también se llama Guadalaviar.