Diario de León
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León

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Escritor es palabra de amplio sentido y término de vuelo largo. Se puede ser novelista, poeta, ensayista, historiador, dramaturgo, pero escritores no hay tantos. Andrés lo es. Prolífico le dicen, pero es el mismo escritor -y el mismo talento y un esfuerzo redoblado- el que colándose por registros diferentes y ámbitos literarios consigue librar una calidad incontestable sin perder pelo en la gatera y en ese cierto gatuperio en el que se han convertido las letras españolas, espeso magma de vanidades y dentelladas. Andrés ganó anteayer el Nadal y no es sorpresa. Detrás hay una obra de casi cuarenta títulos, un verdadero obrador de letras y una ristra de reconocimientos que lo convierten en uno de los escritores de obligada referencia y gran espectro literario. En poesía, borda; en novela, urde vidas y raptos de genialidad; en ensayo, pone cátedra; y la intimidad del diario o del artículo, apabulla y encandila. No para. Se hace editor, crítico de arte y agitador de plásticas, diseña lo gráfico con primor y se levanta un premio nacional de maquetación, inventaría literatura de viejo y, en fin, lo que pudiera parecer una dispersión se convierte en único objetivo: ser escritor en toda la amplitud del concepto y en todas las trincheras de la escritura. Con nota lo hace. Y eso, a veces, no es tan bueno para el clima personal y el entorno, que es jardín de envidia y hierba encizañada. Andrés, claro está, es leonés y a León lo lleva en su caudal literario de referencia, pero con León se escuece a veces. Olímpica y cazurramente se le ha ignorado. No figura en esta sociedad provinciana de homenajes mutuos. Le llamaron una vez para unas charlas en Cajaespaña y ahí concluyó el débito. Y no es pasión hermana, pero Andrés presenta en estos momentos la talla más prominente y sustanciosa de la literatura leonesa y casi diría española. La comunidad de Madrid le otorgó en su última edición el premio de las letras. Castilla y León aguarda tras la sebe. Pero todo esto son cuitas del escosistema humano y Andrés lo toma como tal. Venializa el desdén y se amorra al teclado. Su patria es el libro que escribe. Y en esa ciudadanía está su grandeza. Aún así, León le late. Por eso, el premio es suyo y el honor nuestro. (Continuará) La marea negra también.

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