Diario de León
Publicado por
CARLOS CARNICERO
León

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EN ROMA, en mitad de una plaza pública, tres iraníes han intentado quitarse la vida, quemándose a «lo bonzo», para llamar la atención sobre los problemas de su país, en la mejor tradición taoísta. En Madrid, Eduardo Tamayo ultima su estrategia de chantaje para asistir a la sesión de la Asamblea de Madrid, consumar su traición y poder seguir con el plan de vida que se ha trazado con sus amigos de la construcción. Unos están dispuestos a morir por sus ideas, prendiendo fuego a sus ropas rociadas de gasolina; el otro está dispuesto a la vergüenza pública para resolver su forma de vida. Dos formas de entender la política radicalmente opuestas. Es verdad que quien se auto inmola tiene que estar sujeto a las reglas del fanatismo. Perder la vida por lo que se cree, mediante el ejercicio del suicido reúne en sí mismo lo sublime y lo patético. Estar dispuesto a traicionar a millones de madrileños para solucionar el problema de su vida, la forma de vida, es la manifestación más excelsa de ruindad y miseria humana. Entre estos dos mundos extremos circula un hemisferio de honestidad cotidiana de gentes que creen en el servicio público, en la solidaridad y que dignifican cotidianamente la política como el arte de organizar la convivencia en un mundo en el que hay demasiados «tamayos» acogidos a la doctrina de que en la economía de mercado lo que vale es el dinero y hay que conseguirlo a cualquier precio. Para estos piratas de la política, la ley es el impedimento que hay que estudiar con detenimiento para saber por donde se puede burlar su espíritu sin violentar su letra. Son maestros del «nada se puede probar» y los indicios razonables, en nuestro Estado de Derecho, no sirven siquiera para ponerles las caras coloradas. Los iraníes se queman y carbonizan las células de su cuerpo porque, probablemente, no resisten la vergüenza de la injusticia cometida con su pueblo. Ellos no quieren vivir bajo la opresión y Tamayo quiere vivir oprimiendo la voluntad popular de los madrileños y cambiando el curso de las recalificaciones urbanas. Me encantaría moderar un debate entre este Tamayo y cualquiera de los iraníes, inmolados en Roma, que hayan sobrevivido a sus quemaduras.

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