Diario de León

La última | El arte de fumar

El sabor del tacto del tabaco

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A. Caballero - león
León

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Cuando era pequeño, Ambiorix Pichardo aprendió a liar las hojas de tabaco a la sombra de su padre, en la República Dominicana. La profesión provenía de su bisabuelo como un blasón familiar, seguido ya por cuatro generaciones. Nació torcedor de puros y sigue fiel a su sino más de treinta años después. Si se mira con atención al dominicano es fácil pensar que el color de su piel proviene del contacto con las hojas de tabaco, entre las cuales lleva toda su vida. Durante estos días, el dominicano sienta cátedra en el estanco número 26, propiedad de la familia Carballal, situado en el Burgo Nuevo. No es habitual ver por estas latitudes artesanos de las hojas de tabaco y la oportunidad se presenta para los gourmets de este tipo de productos como única en la ciudad. Sin embargo, en Tamboril, provincia de Santiago de los Caballeros, lugar de proveniencia de Ambiorix, cerca del 50% de la población se dedica a la elaboración de puros. La mecanización industrial se ha comido la mayor parte de los oficios artesanos, pero ha encontrado en estos productos un lugar en el que recostar las raíces. Humo para una economía sin la estridencia de los beneficios. Pero forma de vida y supervivencia para sus habitantes. Desde aquella primera infancia, el caribeño tiene fija en la retina la imagen de la palma abierta para recoger las diferentes clases de tabaco: olor dominicano, que produce la combustión; seco, que da el sabor; y ligero, que proporciona la fortaleza al puro. La proporción de cada uno de estos elementos otorga al producto un sentido distinto. Es el momento de la liga, cuando se debe tener en cuenta el gusto de aquel que se encargará del consumo de la pieza. Aquí, nace la idea en el paladar como una promesa de humo. El ritual de orfebrería con las hojas de tabaco cumple de esta manera el primero de sus pasos, que recibe en el empuño su confirmación. La geografía manual mezcla a puño los ingredientes con la caricia necesaria para que cada uno encuentre la sinergia de sus otros dos compañeros, antes de que el capote enfunde sobre la tabla el maridaje obtenido. En un movimiento rápido y preciso, el concepto cobra cuerpo. Entonces, el torcedor procede a colocar el rollo en el molde o bonche, que tiene la figura del formato del cigarro que se confecciona. El bautismo del puro llega de la mano del anillado. La vitola identificará al puro de cada clase, aunque en la labor personalizada se prescinda de este protocolo para no retrasar más la primera calada.

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