Diario de León

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POR AGOSTO, que era por agosto, cuando hace la calor, cuando los trigos son rastro y el agua estropea el mosto, celebraba la ciudad sus fiestas. En la plaza de Regla había festorro y hasta corridas de cerdos, según relata Larra. Ante la catedral danzaban mozas vestidas de traje talar dirigidas en pasos y giros por una sotadera morisca. Sotadera viene de sota y sota es puta; putera, pues, la morisca, ay madre. Conmemoraban con esto, y aún se repite la tradición, la liberación del Tributo de las Cien Doncellas que, allá en tiempos del Mediouevo, eran escogidas entre la mocedad del barrio de Santa Marina para enviarlas a la moraima andalusí, tributo que un inoportuno rey liberó para honra de la cazurrería cristiana, pero desgracia de las propias mozas, pues tengo yo barruntado que no necesariamente se las hizo un favor rescatándolas del palacete granaíno o cordobés y dejándolas aquí para «gastarlas en casa». Todo lo que tiene de vasallaje e indignación este impuesto en carne, digo yo que lo tendría también de gozo (y liberación) para aquellas doncellas que dejaban atrás las heladas impenitentes de tierra ascética, los sabañones y las uñas trilladas de tanto fregar o lavar sayos en la presa de San Isidro. Irse con el moro no era especial desgracia. Las hijas de condes y reyes cristianos igualmente eran destinadas al desposorio con nobleza musulmana y se largaban de mil amores en tantísimos casos, de manera que aquellas doncellas de parroquia y pueblo llano no necesariamente suponían fatalidad o desgracia el seguir los pasos de las pijas enjoyadas que apellidaban Osorio o Guzmán. Podría tocarlas en mala suerte alguna servidumbre, pero también podrían camelar y pillar por el rabo al señorito moro alcanzando una vida regalada en tierra de cármenes y estanques, objetivo no especialmente difícil para nuestras paisanas dotadas de siglos de artes y engatusamientos para adueñarse de situaciones incluso en la desgracia o calamidad. ¿Y qué ocurrió tras la libreación del tributo?... Tristura y melancolía, desolación. Esas doncellas serían esposadas con un zoquete de Villarroañe dueño de tres barcillares, con un bodeguero del Mercado que las encadenaría a un caldero de por vida o, ya el colmo, consignada como criada de algún canónigo. Gran sotada. ¿De qué liberación hablamos?

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