Diario de León

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LLEGÓ RIEGO con la trompeta y aquello fue la risión. En la británica Australia del tenis ortodoxo que se juega sobre prao sonó el «himno español» y Azaña se levantó de la tumba con un calambrazo orgásmico cien veces mayor que el que proporciona ese trasto que acaban de inventar para estallar de gusto cuando a uno le pete. Resucitó por un rato; era el himno republicano, la reinstauración de la liberté, la egalité y la fraternité. Del rey abajo, ninguno. Los viejos que hacen de baldosas y de muebles en el bar sindical respingaron como si hubieran tenido una erección y celebraron el gambazo metido en Melbourne. Ante la trompetada que desollaba aquel gordinflas australiano, volvieron a su sueño de juventud, tararearon el himno de trinchera y resucitaron la letra chusca de la turba haciendo subir al púlpito a curas y monjas cantando libertad, libertad, libertad... Y hubo quien no se privó y acompasó la consigna: España, mañana, será republicana. No te extrañe, porque mientras esto ocurría en las antípodas, en este país (que son las antípodas para los de allí, con lo que esta palabra se convierte en una de las más inútiles y ridículas del diccionario; todos somos antípodas y, algunos, antílopes) el Príncipe se colaba en la foto de los sindicatos, manda bolas, cielo santo, primera vez que algún miembro de la casa real pisaba el sótano, el «downstairs» de la casa noble, qué fuerte, el heredero con el obrerío, su alteza con la bajeza, con los del servicio, los del chándal, los rojos que, además, son republicanos por bautizo y doctrina. Al menos, eso fue hasta anteayer, porque hoy se están afiliando en el club de las simpatías monárquicas, aunque verás a no pocos que para escurrirse de la culpa de haber cambiado de trinchera te dicen con toda reserva posible y con mucha ceremonia «mira, Pedrín, yo no soy monárquico; yo me cago en las coronas; yo lo que soy es juancarlista, ¿me entiendes?, ¡juancarlista!... Que no me toquen a Juan Carlos. Pero dicen juancarlista y no principista o felipista, que es lo que ahora molará, porque sería como mentar la bicha y el equívoco. Y también se cabrearon por lo del trompetista de Melbourne. Después vino Trillo a arreglarlo, arrió la bandera del destacamento español en Irak y con severidad cuartelera exclamó... «¡Viva Honduras!».

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