Diario de León

CRÉMER CONTRA CRÉMER

El balance

Publicado por
VICTORIANO CRÉMER
León

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HA SONADO la hora del balance. Los señores del Comercio, de la Industria, de la política y del clero, así que se alcanza, todavía en estado de posible utilización legal, la fecha unánime de San Silvestre, que es, por lo que me dicen, el Patrono de los buenos balances, todos disponemos nuestros libros o nuestras memorias de caja, y hacemos balance. No, como sin duda, lo entienden los mercantilistas, los econógrafos, los estadistas del más alto nivel, sino como forzosamente hemos de contemplar la operación nosotros, la gente de media polaina, los de la fiel infantería, los bravísimos hombres y mujeres humildes y errantes, siempre con la economía a zarpazos, sin conseguir naturalmente dominarlo. Y así como se acepta, sin demasiado reparo, lo de la feria según le va a cada uno en ella o lo del color del cristal con que se miran los eventos que acontecen en la calle, lo mismo hemos de aceptar, con auténtica resignación cristiana, que el balance del año que estamos acabando de degollar, no nos haya sido todo lo propicio que hemos deseado y que necesitábamos. No para salir de pobres, que a tales milagrerías no alcanza ni el estadista mejor dotado, sino sencillamente para vivir, en democracia, como se suele decir ahora cuando el concepto, la idea o la regla de democracia anda por tales trochas que no la conocería la señora madre que la pariera. Los beneméritos personajes que han conseguido alcanzar «el puesto que tenían allí», como se proclamaba en el cantar de los cantares, con himnos que encogían el alma, dirán, al final de su pesquisa económica, social, moral y hasta religiosa, que el ejercicio ha resultado provechoso y ha respondido a los muchos sacrificios que le han sido aplicados para su desarrollo. Contemplarán el Libro con ojos enternecidos, porque siempre los balances positivos, favorables y con futuro emocionan mucho. Y esta satisfacción contable les sirve a los afortunados para redoblar sus esfuerzos para duplicar las cifras. Porque la doctrina del Balance es que debe procurarse no caer en la debilidad de ser generoso, ni de ampliar sus capítulos de caridad y de solidaridad con los pueblos que andan a la a greña y aparecen en el mapa de las desdichas como comunidades condenadas a morir con las ruinas puestas. La generosidad del favorecido con el Balance no debe pasar de los límites sagaces de aquellos que, precisamente por haber sometido sus balances a un rígido control, han conseguido salir de pobres. El pobre, huelga decirlo, no necesita hacer Balances. Le gasta con meter la mano en el bolsillo y cerciorarse de que cierra el año sin un euro. El Balance pese a algunas connotaciones cargadas de escepticismo, es sin embargo un mecanismo alentador. El favorecido por sus resultados, porque ello le mueve a continuar por el mismo camino hasta conseguir balances más estentóreos, y el que no necesitó hacer balance para comprobar su precariedad, porque se consuela repitiéndose que el dinero no da la felicidad. Convencido de esto, el que suscribe, que pertenece a la especia de los sin balance, acepta todo lo que le dicen, lo que le cuentan, lo que le imponen. Si el señor Presidente de la Democracia Española y leonesa dice que vamos bien, cerramos el libro y declaramos que cuando el señor presidente lo dice sus razones tendrá. A mí, la verdad sea dicha, los hombres de balance y armas al hombro me causan un respeto tan imponente como el de «El Piyayo».

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