Diario de León

Actualmente la vida se puede prolongar hasta los 120 años, la edad tope dictada por la herencia

El mito de la eterna juventud ya no es sólo un sueño gracias a la genética

La investigación genética y las células madre embrionarias pueden ampliar la esperanza de vida

Las células madre embrionarias son capaces de reparar tejidos y órganos dañados

Las células madre embrionarias son capaces de reparar tejidos y órganos dañados

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T. Gómez - león
León

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Según se recoge en el libro El fin del envejecimiento , del biólogo inglés Tom Kirkwood, se está produciendo una revolución de la longevidad humana que está haciendo cambiar de forma radical la estructura de la sociedad y las percepciones de la vida y la muerte. Y no le falta razón cuando aclara los motivos de ese cambio afirmando que «las mejoras en la salud pública, la sanidad y la educación se han traducido en un aumento considerable de la esperanza de vida». Las estadísticas avalan estas afirmaciones ya que en el último siglo la esperanza de vida ha pasado de 48 a 76 años, un aumento igual al producido en los dos últimos milenios. La única excepción a la evolución senil se registró en la Grecia clásica con excepciones tan ilustres como la de Gorgias, Hipócrates y Demócrito, que llegaron a centenarios, o el mismo Sófocles que escribió su última obra a los 82 años. Según los expertos del Instituto Nacional de la vejez de EEUU, de los 80 millones de personas que vinieron al mundo en el periodo 1946-1964, 9 millones llegarán a los 90 años y unos 3 millones alcanzarán los 100. Aunque los biólogos han ido retrasando progresivamente la edad límite alcanzada por el ser humano, la mayoría de ellos sitúan la longevidad en los 120 años. No obstante, en algunos casos puede ser rebasada como sucedió con la francesa Jeanne Calment que alcanzó la envidiable edad de 122 años y 146 días. Radicales y telómeros Aunque todos los seres vivos se deterioran de forma natural con el paso del tiempo, lo cierto es que lo hacen a ritmos diferentes según la especie. Sin embargo, hay formas de vida para las que la eterna juventud no es un mito. Así, muchas plantas y microorganismos pueden considerarse inmortales, en el sentido de que no envejecen. Cada vez que se divide una bacteria se inicia una nueva generación, y así sucesivamente. Tanto las anémonas de mar como las hidras jamás muestran signos de envejecimiento. En los organismos que se reproducen sexualmente, incluida la especie humana, la línea germinal es de alguna manera inmortal. Según muchos expertos, cada embrión, independientemente de la edad de los padres, empieza desde cero a partir de la fusión de dos células germinales. Sin embargo, el destino final de las células somáticas, es decir, no germinales, tiene un número de duplicaciones programado, diferente para cada especie, hasta que acaban por morir. El reto es conocer qué factores contribuyen a la decadencia de nuestro organismo. Para unos científicos el envejecimiento se debe a la pérdida de los radicales libres que deterioran las cadenas de ADN y producen la oxidación celular dando como resultado la aparición de arrugas, artritis o cáncer. El consumo de antioxidantes (presentes en frutas y verduras), de vitaminas A, C y E, llevar una dieta hipocalórica y vivir en un ambiente no contaminado ayudarían a retrasar el envejecimiento. Para otros, el secreto está en unos protectores terminales del ADN, llamados telómeros, que se acortan cada vez que la célula se divide hasta llegar a un límite en el que la célula deja de hacerlo y muere. ¿Por qué las células germinales y las cancerosas son inmortales? La respuesta está en una enzima (telomerasa), que deja de producirse una vez que el organismo está constituido y se inicia el recuento de divisiones en función de la erosión telomérica.

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