Diario de León

LITURGIA DOMINICAL

Sólo de noche se ven las estrellas

Publicado por
JOSÉ-ROMÁN FLECHA ANDRÉS
León

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Los que hemos tenido la suerte de subir al Tabor difícilmente olvidamos la paz y la espiritualidad que allí se respiran. También nosotros, como Pedro, Santiago y Juan, hubiéramos querido permanecer en aquel monte por un tiempo más largo. Allí meditamos que nuestra vida está entretejida de alegrías y tristezas. Es más, aunque parezca mentira, es en las noches del espíritu cuando descubrimos la belleza de la luz que nos guía por el camino. El libro del Génesis nos dice que Dios sacó a Abrán de su tienda de nómada para que mirara al cielo y contara las estrellas. Su brillante multitud le prometía una larga descendencia. Al modo que Dios revela su suerte a Abrán, así muestra el destino de Jesús. El evangelio de hoy nos cuenta cómo se transfiguró ante sus amigos más cercanos. La transfiguración tiene por finalidad confortar a los discípulos, turbados por el anuncio de la pasión. En lo alto del monte, Jesús se muestra en toda su gloria. «Cara y cruz se funden en cierto grado, se transparentan lo suficiente. No es posible nunca encontrar una anécdota de Jesús tan neta, tan simple, que sea sólo cruz o sólo gloria». Así escribía José María Cabodevilla en su libro «Cristo vivo». El papel de los sentidos La transfiguración de Jesús es sin duda un misterio de fe. Pero, en contra de lo que pensamos a veces, la fe no es incompatible con nuestra sencilla percepción de la realidad. Así que la transfiguración de Jesús se nos muestra también como un episodio en el que juegan su papel los sentidos humanos. En primer lugar, la vista. En el monte al que ha subido Jesús hay blancura y esplendor. De acuerdo con su estilo habitual, el texto de Lucas subraya que el Maestro subió a la montaña para orar. «Y, mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió, sus vestidos brillaban de blancos». Y los discípulos vieron su gloria. Y, en segundo lugar, el oído. Jesús está flanqueado por Moisés y Elías, los grandes representantes de la Ley y los Profetas. Aquellos grandes personajes no están allí por casualidad. «Hablan con Jesús de la muerte que va a consumar en Jerusalén». A pesar del sueño que los doblega, los discípulos parecen oír aquella conversación. A la escucha del hijo En la escena de la transfiguración de Jesús no solamente se oye la palabra de Pedro que quisiera plantar allí tres tiendas para perpetuar aquella paz. Se oye también la voz celeste que brota de la nube: ¿ «Este es mi hijo, el escogido; escuchadle». Dirigidas a los tres discípulos predilectos, aquellas palabras eran una confirmación de la dignidad mesiánica de Jesús y de la misión que le había sido confiada. Y eran también un apoyo para la fe de sus seguidores. Jesús era en verdad el «Siervo de Dios», el predilecto. ¿ «Este es mi hijo, el escogido; escuchadle». Esas palabras se dirigen a todos nosotros. Cada día se nos invita a poner nuestra confianza en cosas llamativas, en proyectos y promesas seductoras, en personajes que parecen triunfadores. Pero nuestra fe confiesa que Jesucristo es nuestra esperanza. Sólo en Él esperamos de verdad. ¿ «Señor, Padre santo, tú que nos has mandado escuchar a tu Hijo, el predilecto, alimenta nuestro espíritu con tu palabra; así, con mirada limpia, contemplaremos gozosos la gloria de tu rostro. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén».

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