Diario de León
Publicado por
CÉSAR GAVELA
León

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HAY UN Oeste del Oeste, siendo el Oeste nuestra tierra, las tres provincias leonesas. Y es un Oeste que tal vez nace más allá de su mapa, en la demarcación interior y occidental de Asturias. Es el Oeste de los Oscos remotos, y también de las tierras que gobiernan Pola de Allande y Grandas de Salime, dos villas cuyos nombres suenan a distancia y a cuento. Luego este mundo sin mar ni ciudades, sin trenes ni fábricas, se arrisca en las cuencas altas de los ríos Navia y Narcea, y entra en el viejo reino por el valle de Fornela y por los abruptos y verdes Ancares. En la provincia de León el Oeste del Oeste lo trabajan el Bierzo y la Cabrera. Porque los Ancares y Fornela también son Bierzo, no se olvide, y más abajo dan paso a una Somoza que no es la Somoza vecina de Astorga, sino otra mucho más retirada: la Somoza que baña el Burbia; la del fornido amante de doña Urraca. Luego el Oeste que recorremos bordea y elude la fértil e industriosa llanura del Bierzo. Prefiere parapetarse en Balboa y Trabadelo para acomodarse luego bajo el Cebreiro, donde alienta un esplendor primitivo que también alumbra las tierras bravías de Barjas y Corullón; las del Selmo misterioso; y las montañas lobunas de la sierra de la Encina de la Lastra. Después el Oeste salta sobre el Sil y lo hace como los osos que atraviesan la autopista del Huerna. Porque el Oeste también es un oso que vive la vida dura del monte, un oso que baja al asfalto veloz y que lo cruza por la noche. Un oso que ya descansa luego en la vasta Cabrera, la tierra que durante muchos años fue el corazón occidental del Oeste, pues era la más pobre, grande y atrasada de todas sus pequeñas regiones. Ahora las cosas han cambiado algo debido a las canteras de pizarra, mas no por ello ha dejado de ser la Cabrera parte sustancial del Oeste del Oeste. El deterioro de su paisaje y las infames carreteras bien que lo prueban. El Oeste que digo se esconde detrás del Teleno y luego coloca sus secretos de soledad en la periferia de Sanabria, tierra donde el crepúsculo tiene, como en el Valcarce, un leve espejismo de camiones y ruido, de viajeros de Galicia. Pero pronto se va el espejismo cuando nos adentramos en los confines de España, ya cerca de Portugal, país a partir de ahí más hermano que nunca, tan perdido en su naciente magro y hermoso. El Oeste, tan romano siempre, prosigue su viaje vertical por el antiguo reino, y se reafirma en la sierra de la Culebra, para ensancharse más tarde en el pacífico Aliste, bajo la jurisdicción de su capital rural, Alcañices. Y continuamos hacia el sur por el Sayago de poniente, ya en el mundo de los Arribes del Duero, tierra de topónimos fabulosos -Cozcurrita, Pasariegos, Tudera- y donde nos encontramos con otra capital rural, Fermoselle. Estamos en la región de los grandes lagos, quiero decir de los grandes embalses, de sus desfiladeros de roca y de vacío. Luego el Oeste del Oeste se difumina en dehesas y bosques de ribera, en aldeas mínimas, en vastos horizontes de inmigración: tierra fría y visigoda que termina a las puertas de Ciudad Rodrigo. Tierra que reaparece luego, allende la provincia de Salamanca, para morir en el valle extremeño de Trevejo, ese Trieste minúsculo y heroico de lo que fue hace mil años el imperio leonés. Esta es la tierra nuestra. No sé si la más nuestra porque es la más apartada, la más silenciosa. Ese mundo que hoy es la almendra del olvido. La tierra que padece la mayor recesión de toda España, según anotan las estadísticas. Por eso es tan importante ese plan Oeste que Zapatero ha prometido aprobar en León, antes del verano. Para que el Oeste todo tenga otra esperanza. Y para que el pequeño Oeste del Oeste, esa banda sigilosa que hoy evoco, encuentre una luz nueva sin perder su belleza y su hondura. Tesoro épico de los leoneses.

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