Diario de León

El paisanaje

La familia bien, gracias

Publicado por
Antonio Núñez
León

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EL NUEVO presidente del Gobierno, señor Zapatero, que es hombre de palabra, acaba de cumplir lo prometido realizando el jueves a León su primera visita institucional desde que se mudó a La Moncloa. El detalle ha sido celebrado por la población como preludio de que la provincia va a ser tratada, a partir de ahora, con versallesca finura en los Presupuestos del Estado, que es donde hay que hilar más fino, y no como cuando Aznar, el cual ni se dignó dejar en el testamento la pasta gansa de la escuela de pilotos. Es probable que tampoco le diera tiempo, dado lo rápìdo que cayó en barrena y lo huérfanos de paracaídas que dejó también aquí a los suyos. Talmente se han estrellado que tienen convalecencia para rato. Repasando en la hemeroteca la lista de jefes de Estado y primeros ministros vinculados a León que hayan visitado su pueblo nada más conquistar Madrid, la verdad es que sólo lo ha hecho Zapatero. Arias Navarro, que casó aquí con una Del Valle cuando andaba de gobernador civil, lo más que vino después fue de cuñado de incógnito. Y, revobinando casi un siglo atrás, el maragato García Prieto tampoco se acercó más que de pascuas a ramos a Astorga, de ahí que para verle y platicar con él la mayoría de los de su pueblo tuvieran que instalarse de pescaderos en Madrid. Mucho debieron de remar desde el Tuerto y el Órbigo para abajo hasta prosperar en negocios como el famoso restaurante «La Trainera», donde el patrón vende más fresco el pescado que en La Coruña -de hecho, es el único que no tiene que reservar mesa- y, por supuesto, que en Castrillo de los Polvazares, que, como su propio nombre indica, tampoco es puerto de mar, pero no deja de quedar a mitad de camino entre las traineras del noroeste y la de Madrid, exactamente a media recua mulera. Ya casi con todo el pescado vendido para los próximos cuatro años hay que agradecerle a Zapatero que no nos tenga con la lengua afuera y que sea él en persona quien venga aquí para cortar el bacalao. Hasta los concejales leonesistas de la UPL, que no se sabe de dónde sacan para tanto como destacan, o tal vez sí, le han escrito una carta publicada a página entera en los periódicos, previo pago, en la que le mandan «un fuerte abrazo reivindicativo» para que se atienda la histórica demanda de una autonomía pura y duramente leonesa. Sin citar a Martín Villa, el vicesipredente también leonés que en la transición a la democracia pagó la famosa ronda de «café para todos» cuando se le arrimaban en el bar de las Cortes vascos y catalanes, los de la UPL vienen a comparar a Zapatero poco menos que con Don Pelayo por aquello de que del Pajares para abajo todo va ser Presupuesto reconquistado. Es posible que el regalo que le hizo el jueves el alcalde de León, Francisco Fernández -una réplica del gallo veleta de San Isidoro- contenga también algún tipo de mensaje subliminal. Del estilo, un suponer, de «hace ya siglos que aquí soplan malos vientos y tú ya llevas dos décadas de diputado en Madrid sin poner un huevo en casa, así que tenlo en cuenta ahora que eres el amo del gallinero». Si lo prometido en campaña electoral es «foro u oferta» no lo tiene claro ni el emérito abad Viñayo, máximo experto en corteses cabezadas como las que el jueves le rindieron aquí a Zapatero y de las que es testigo el gallo. Vaya usted a saber el futuro que le espera a León, pero, según las promesas electorales, puede ser de alucine, entre autopistas intercontinentales, aeropuertos supersónicos, centros de clonación del botillo y demás prosperidades del progreso científico. Zapatero estuvo el otro día dos horas y media en León, minuto arriba o abajo, que no es mucho más -algo es algo- de lo que en sus tiempos de joven diputado dedicaba a parlamentar en el Congreso en nombre de la provincia. Pero por lo menos sabe el camino de vuelta. La del otro día fue, en todos los sentidos, una visita de cumplido, como cuando los parientes de Madrid regresan al pueblo y preguntan displicentemente al alcalde, ya sea en el bar o ya en el Ayuntamiento, aquello tan socorrido de «¿bueno, y qué tal tiempo hace aquí?», como si no hubieran criado sabañones de pequeños. En casa se les solía poner un café con pastas y en el Ayuntamiento el alcalde Francisco Fernández ha invitado a Zapatero a canapés, lo que va de ayer a hoy. Y, como es de confianza, todo el mundo ha respondido «la familia bien, gracias». En cuanto al tiempo y los vientos que soplan por las minas y los campos de la provincia, pocos son los que se atreven a decirle «nieva como cuando Franco, macho, así que a ver cuándo nos pones la bufanda presupuestaria». Muchos, mientras tanto, se calientan al amor de la lumbre del cargo.

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